San Jerónimo y Leonardo Da Vinci
Leonardo da Vinci pasó los últimos tres años de su vida entre 1516 y 1519, en el Château du Clos -Lucé, en Amboise. El castillo, en la ruta del Valle del Loira, se ha convertido en museo desde hace mas de cinco décadas y está dedicado a su memoria, recreando las estancias con objetos y ambientación de aquel tiempo; se pueden contemplar dibujos, maquetas, y al aire libre, en el parque que lleva su nombre, se disponen a modo de esculturas, artefactos de su invención. De un modo temporal y como algo excepcional, a lo largo de este verano, el castillo cuenta con una de las obras maestras de Da Vinci, San Jerónimo, prestada por la Pinacoteca Vaticana; la posibilidad de volver a contemplar esa pieza única que representa a San Jerónimo penitente en el desierto de Siria, en los espacios que acogieron los tiempos finales de creación del artista e inventor, es todo un privilegio y un acierto; es probable que esa pintura le acompañase en los años vividos en tierras francesas y todo el misterio que envuelve la historia de ese cuadro magistral, se reaviva y aflora con esta nueva puesta en escena. Ocasiones recientes en las que se pudo contemplar la obra, remiten a las exposiciones organizadas sobre Leonardo Da Vinci en el Metropolitan Museum de Nueva York y en el Musée du Louvre, teniendo como marco el año 2019.
La pintura, de la que no existe duda alguna acerca de su autoría, es una pieza inacabada, posiblemente realizada alrededor de 1480, de una profundidad extraordinaria acentuada por la dualidad pintura- dibujo que deja al descubierto cuestiones técnicas relacionadas con su inigualable forma de trabajar y pensar. Todo parece indicar que en el terreno de la experimentación y la duda, el artista a lo largo de los años ejercitó sus cavilaciones sobre el sentido que quería dar a esa obra volviendo a ella para cambiarla o borrar algunas partes, en diferentes momentos, cuestiones que a la vez indican una evolución; sin considerarla cerrada, estaría siempre ligada a él, acompañándole en sus viajes y estancias en diferentes ciudades. Sobre un soporte de madera de 105x75 cm, realizada al óleo y temple, la representación de San Jerónimo se nutre de elementos iconográficos y simbólicos que parten de los textos que describen la vida del santo, así como detallan y explican su personalidad y poderoso físico. Leonardo plasma a San Jerónimo amparado por un león protector y aviva su condición de eremita en aquellos ásperos escenarios; la imagen acusa el sufrimiento y la dureza del paisaje, circunstancias acentuadas por medio del empleo de un parco colorido ocre y marrón; la escasa materia y la presencia del dibujo refuerzan la definición de figuras y fondos; todo ello enfatiza su naturaleza y carácter eminentemente experimental.
Rodeada de leyenda, no se sabe exactamente de donde procede el encargo, la pintura tiene una historia azarosa, al pasar por extrañas y curiosas peripecias que la sitúan en momentos de grandes complicaciones y deterioros; dividida en dos partes, una de ellas sirvió de asiento para un taburete y la otra fue la tapa de un baúl; hasta el destino definitivo, en los Museos del Vaticano, estuvo en manos del Cardenal Joseph Fesch y posteriormente de su familia; otras fuentes la ubican durante un tiempo en poder de la pintora suiza Angélica.
Kauffmann ( 1741-1807), artista de brillante carrera desarrollada principalmente en Inglaterra, en donde abordó, en buena parte, la creación de obras académicas de historia y neoclásicas; viajera y estudiosa de la pintura renacentista italiana, una de sus obras mas gloriosas lleva por titulo Leonardo expirando en brazos de Francisco I (1778). En cuanto a San Jerónimo, al parecer, ella atribuyó su autoría a Da Vinci y la dejó en testamento a sus herederos. Con el paso de los años, pasaría a pertenecer a Pio IX y desde 1856 forma parte de las colecciones de la Pinacoteca Vaticana.