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Un año nos ha pasado

    HOY LAS CIENCIAS adelantan que es una barbaridad. Lo oímos en La verbena de la Paloma (Bretón, 1894) y es algo que se constata y nos congratula.

    No obstante, mirando este último año, parece que no todos, ni todo, vamos al mismo compás. Por (de)formación me planteo si esta singular arritmia (sea local, global o glocal) lleva a la ansiada armonía (esperanza y alegría) o a una cacofonía difícil de comprender y de hacerse entender entre tanto logro.

    En la música hay ejemplos para casi todo. Pensando en la de Mozart, ya que celebramos su 165 cumpleaños en enero, alabamos esos “finale” culminantes de sus óperas, cuando salen a escena todos los personajes cantando simultáneamente, unos al margen de los otros, pero en plena consonancia, pese a lo irracional que resulta observar cómo cada uno va a lo suyo sin escuchar al resto. Lo mismo logra con la orquesta en su D. Giovanni, donde tres danzas con ritmos diferentes suenan al mismo tiempo sin pisotearse.

    Eso es música y forma parte de la maestría o de la magia de este arte. En la vida, pocas veces sucede esto. Son frecuentes los atropellos. Amplios sectores de personas no pueden avanzar al ritmo galopante de estos tiempos. Los mayores, por edad, hastío, cansancio u otros condicionantes, tienen dificultad para introducirse en esta siempre mal llamada nueva normalidad. Y muchos niños crecen estresados observando cómo sus padres, aun armados de mil artilugios, no llegan a todo, sintiéndose faltos de caricias o de momentos de sosiego para escuchar una historieta o sentirse mirados a los ojos.

    Un año de idas y venidas y al fin, la vacuna/s. Ya todos saben (o creemos saber) de qué va el tema por el bombardeo de información recibida. La comunicación abunda, frente al diálogo que se acorta. En tiempos no muy lejanos, en muchos pueblos y aldeas, las noticias llegaban por escasos canales, ahora poco comprensibles. Algunos recordarán cómo, en concreto, el calendario de vacunación (entre otros asuntos) lo anunciaban los párrocos desde el ambón, en la Misa dominical.

    Eso hoy no es costumbre, pero las personas que lo han vivido así desde su niñez, todavía –por gracia de Dios y adelanto de las ciencias– viven y conviven con nosotros. ¿Quién no tiene abuelos, padres, tíos o conocidos de aquel entonces?

    Hablamos de la generación perdida de los treintañeros que ya han pasado varias crisis, sin haberse bautizado, ni menos curtido aun en los gajes del trabajo. Se verán afectados y su modo de afrontar los retos cambiarán, pero sacando fuerzas de flaqueza y, aunque sea a medio gas, saldrán del atolladero.

    Pero los hijos de la posguerra, a los que ahora la vida lleva por delante ¿qué hacemos con ellos? Bien está promover clases y charlas y procurarles todo el aparato logístico para que aprendan mínimamente
    –de golpe y sopetón, todo sea dicho– las tecnologías de la nueva era. La pregunta –suya y la de quienes los tienen cerca– es: ¿de verdad creemos que la mayoría puede asumir en unos días lo que otros han asimilado durante décadas?

    Pasaron por una situación nunca antes afrontada: una enfermedad no diagnosticada pero que necesita, si no curación, al menos no más tensión y una obligada convalecencia, palabra que, como decía un erudito galeno, casi se ha borrado del vocabulario, y más de la vida misma. Hoy Constanze, la adorable esposa de Mozart, tendría dificultades para irse largas temporadas al balneario de turno a reponerse de sus embarazos. Se vería como un lujo desmedido, además de innecesario.

    Las ciencias adelantan. Pero ¿se tiene en cuenta el vagón de tren en el que pilla a cada cual tanto avance? ¿Ciencia y humanidad se ensamblan correctamente y van acompasadas?... La respuesta la da más de uno que ya reclama algo tan simple y natural como tropezarse con quien –más que con conocimientos científicos altisonantes– le hable y escuche, o dialogue con la mirada, dejándole con la certeza de “haberle curado solo con palabras”, e incluso silencios, tal cual remedo musical.

    Ojalá que este enredo de la vida
    –sainete o drama jocoso– conduzca a un final feliz, con conciliación y triunfo del amor, como acaece en Las bodas de Fígaro del inigualable Mozart, y armónicamente se haga extensiva a todos tan expresiva y concluyente letrilla:

    Ah, tutti contenti, / saremo così./ Questo giorno di tormenti,/ di capricci, e di follia,/ in contenti e in allegria /solo amor può terminar.

    17 feb 2021 / 01:00
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