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Un cuadro para soñar

“No era el primero que se había quedado atrapado por la imagen de la plaza vacía, por su extraña atracción, que parecía invitar a seguir las líneas fugadas del pavimento hacia el mar que se perfilaba en el horizonte”.

La fascinación ante la imagen de la ciudad desierta la tenemos reciente en la memoria. El confinamiento vació las calles de todas las ciudades del mundo, los fotógrafos corrieron a capturar esas imágenes insólitas y pudimos contemplar, atónitos, la belleza inquietante de esos lugares antes bulliciosos y repletos de vida, ahora fantasmales, como escenarios vacíos a la espera de los actores, el público y el inicio de la acción.

En el centro de la novela El viaje de Bolzano de Arturo Franco Taboada está la misma fascinación por la ciudad vacía. En este caso es un cuadro, Perspectiva antigua o Ciudad IdealTabla de Berlín”, alrededor de 1477, de autor desconocido. Franco Taboada ya había tratado en obras anteriores la invención de la perspectiva. Envuelta en la leyenda, la nueva técnica utiliza una red geométrica invisible que sintetiza las especulaciones matemáticas, filosóficas, arquitectónicas y artísticas del Quattrocento y que, como por arte de magia, es capaz de ordenar el mundo y de representar la realidad tal como es, turbándonos con su verosimilitud. La “Tabla de Berlín” utiliza esta técnica para mostrar la plaza vacía de una ciudad cuyo suelo geométrico conduce la mirada hasta el punto de fuga al fondo donde se ven unos barcos y el mar.

El autor toma esa imagen que ha fascinado durante siglos, enigmática y sugerente, y la transforma en un lugar literario. El espacio estático y vacío lo llena de vida y construye, con gran seguridad de estilo y una escritura saturada de conocimiento, imaginación y humor, una historia de compleja arquitectura que nos asombra. Prepárense para entrar en una novela cautivadora y teatral en la que se entrecruzan a un ritmo frenético una tupida red de vínculos, una simultaneidad de voces y una concatenación de aventuras y peripecias que apenas nos conceden un respiro. Viajes en el tiempo y en el espacio, personajes reales y de ficción, ciudades existentes y mundos de fantasía, datos históricos e ilusiones, recuerdos y nostalgias se funden provocando cierto desasosiego en el lector. Lo mismo les ocurre a los personajes de la novela, van de una realidad a la otra sosteniéndose ellos mismos en la pura indefinición y preguntándose a cada paso qué es realidad y qué no lo es.

Esa atmósfera de prodigio, irrealidad y melancolía permanece en la memoria del lector una vez cerrado el libro. Arturo Franco Taboada ha inventado en El viaje de Bolzano una realidad cuya verosimilitud consigue inquietarnos.

“Mientras me mantenía un poco absorto, mirando al escenario y esperando que se abriesen los largos cortinajes del mundo de ficción que se escondía a tan escasa distancia... me pareció reconocer la plaza que se abría al mar. Era la plaza de la ciudad en la que nos encontrábamos ... al fondo de la plaza, la dársena que se abría al infinito, la fábula de una vida por vivir, con las galeras ancladas sin prisa, que parecían aguardar viajeros sin rumbo. Qué era la vida al fin y al cabo sino un suceso inesperado e imprevisible”.

16 oct 2021 / 01:00
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