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Una primavera abierta a una nueva era

Si pensamos en qué composiciones aluden a la primavera, en el ámbito de la música clásica, recordaremos las Cuatro Estaciones de A. Vivaldi, es decir, los Conciertos para violín Op. 8 editados en 1725. Ahí, ciertamente, están presentes seres y elementos de la naturaleza a través de la orquesta: canto de los pájaros, murmullo de fuentes, susurros, ladrido de los perros, moscardones y un largo abanico de sonidos que imitan a los reales.

Se podría añadir un oratorio de J. Haydn que, prácticamente, lleva ese mismo nombre: Las estaciones, o sea Die Jahreszeiten, Hob.XXI, 3, como figura en su catálogo, estrenado en 1801. Hay una diferencia de estilo (uno barroco y otro clásico) y también de estructura. Un oratorio, en la música academicista, para entendernos, es como una ópera sin escenificación y sobre un tema religioso. Este fue hecho por encargo y le costó darle carpetazo a lo largo de dos años. De nuevo Haydn describe sonidos de la naturaleza en sus cuatro partes.

Un paso más avanzado lo dio L. van Beethoven en su Sexta Sinfonía, op. 68, La pastoral, subtitulada Recuerdos de la vida campestre. No le interesaba tanto imitar sonidos como transmitir al oyente el sentimiento que despierta o evoca esta pieza orquestal en quienes la escuchan. Él mismo dijo que era más expresión de sentimientos que pintura de sonidos. Dividida en cinco movimientos -no deja de ser una sinfonía- fue esencial para que otros compositores románticos desarrollasen el poema sinfónico, género ya muy distante.

Ninguna de estas tres obras causó revuelo alguno pues entraban en los cánones más o menos previstos.

Hay que llegar al s. XX para hallar un verdadero estruendo, un caos, una auténtica revolución en una pieza que también evoca la naturaleza, pero desde una nueva óptica: la del folklore, no expuesto de forma ortodoxa, sino de manera transgresiva. Esa obra es La consagración de la primavera, subtitulada Cuadros de la Rusia pagana, de Igor Stravinsky (Oranienbaum 1882-New York 1971).

Stravinsky era ruso de nacimiento y de formación. Con 31 años, joven pero reconocido, tenía grandes ambiciones y, además, se relacionaba con otros artistas, rusos y extranjeros, algunos en contacto o desplazados a París, centro cultural del momento.

Había estrenado, con éxito, dos obras para ballet que hoy forman parte de su legado y se reproducen sin gran problema. Pero esta era diferente por la partitura en sí misma, por la atrevida coreografía (debida al célebre Nijinsky), las ligeras vestimentas de los danzantes, los decorados del pintor Roerich y, en especial, por el mensaje que transmite: la muerte de una joven -sacrificio y consagración de la primavera- que danza hasta la extenuación ante la arcaica y pagana tribu a la que pertenece.

La producción corrió a cargo del empresario Diághilev, fundador de los Ballets Rusos quien, mientras se producía el caos entre el público en la interpretación de 1913, dijo: esto es lo que quería... Ni que decir tiene que, parte de la gente y compositores amigos de Stravinsky, ya se habían ido nada más comenzar el espectáculo. Otros quedaron gritando en medio del escándalo.

En aquEl 29 de mayo era imposible escuchar la enorme orquesta, dirigida por el francés Monteux, desde parte alguna del nuevo teatro de los Campos Elíseos de París. Cuando se alzó el telón, como Stravinsky comentó años más tarde, se hallaron con un grupo de ‘lolitas’ patizambas y con largas trenzas saltando por el escenario. Él mismo se fue del lugar descontento del montaje y renegando de un público tan pacato.

Al año siguiente, con coreografía de Massine, que dio más realce a la música, tuvo mejor acogida. Entonces le fue de gran ayuda Coco Chanel. Ella y su taller de costura se encargaron de la confección del vestuario.

Lo que realmente quería Stravinsky, según manifestó poco antes de morir a su amigo y colega R. Craft, era mostrar una de las cosas que más le gustaban de su tierra siendo niño: La violenta primavera rusa que parecía nacer en una hora, y era como si toda la tierra se pusiera a temblar.

Ha pasado poco más de un siglo desde su estreno y la obra no ha perdido interés, aunque desde entonces no se realizó nada semejante, quedando aislada como un hito en la historia. Lo importante no estaba en la escenografía sino en la música, con su poderío rítmico y su combinación de acordes superpuestos, de tal modo que influyó en los compositores del s. XX.

¿Cómo? Abriendo el oído musical a un universo sonoro del futuro, tras el reflejo de una primavera con un trasfondo que no remite a la naturaleza sino a toda una era. Su significado es el cierre de una etapa y el comienzo de otra, a nivel musical, político y social.

Ninguna obra artística anterior celebró tanto su centenario en el 2012/13.

¿Cabe pensar en otra nueva primavera, o nueva era, en su 110 aniversario? También ahora estamos ante una tierra que tiembla y destila sangre, sin razón ni causa alguna.

10 may 2022 / 01:00
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