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Vejez e incomunicación

La vejez, en el mejor de los casos, nos aguarda a todos. ¡Ojalá sea benévola! Ocultar su nombre con lisonjeros eufemismos es inútil y hasta absurdo. “Como te ves, me vi; como me ves, te verás”, reza la popular y muy cierta voz de la experiencia. ¡Qué diferentes y desoladores aquellos tiempos de vejez que retrata Celestina como “mesón de enfermedades, congoja continua, pena de lo presente, llaga incurable, vecina del morir...” en impresionante diatriba que es despiadado catálogo de males con el que advierte a la joven Melibea sobre los destrozos en la juventud, el placer y la vida del devastador paso del tiempo! ¡Un puro espanto!, esta voz de la experiencia que asomaba a finales del siglo XV y que es un clásico de memorable lectura.

La edad longeva tiene, sin embargo más de una cara y entre las más oscuras están la soledad y las enfermedades; la invalidez sobre todo. Y desde luego, el natural e imparable paso del tiempo, tan evocado este por escritores y pensadores, pues no solo Marcel Proust anduvo A la busca del tiempo perdido (1905–1927) desempolvando recuerdos, vivencias y sensaciones en una prosa de altísimo valor estético y generosa y demorada expresividad. El tiempo, en su pasar, da y quita, nos da la vida y luego nos la quita y destruye; también nos hace distintos y nos cambia.

Ocurre con frecuencia que nuestros cambios no se acompasan con los que se dan en la realidad y en quienes nos rodean. Mala cosa es ese desajuste que nos desequilibra a unos y otros, castigando a los que son incapaces de seguir el ritmo que el tiempo nos va imponiendo. Un ilustrativo ejemplo de esto llega con la vejez de forma tan cruel como inexorable y, en no pocos casos, impulsado por bruscas novedades tecnológicas que nos dejan aislados y en franca inferioridad comunicativa cuando más limitados estamos.

Un caso tan actual como doloroso es el que hoy nos aqueja ante la imposición, por parte de los sectores bancarios, de una tecnología agresiva, de difícil acceso, que a los muy mayores resulta abstrusa, incomprensible, al suprimir el factor humano borrándolo del mapa de despachos y oficinas tanto del mundo urbano como del rural, y poniendo a la gente en triste situación de necesidad convertida en un atolladero del que no logra salir con bien. Puede decirse, así, que el capitalismo asoma una de sus peores caras apoyándose en una retórica propagandística que gusta exhibir, cuya batería de mentirosas y hasta paradisíacas promesas carecen, sin embargo, de cualquier posibilidad de hacerse útiles y manejables. Los usos tecnológicos tienen facetas perversas que conviene conocer previamente por lo que poseen de inhumana condición e indeseables consecuencias.

En efecto, los males (que incluso quieren pasar por bienes) como la paparrucha esa de la “digilosofía” bancaria o banquera de la que nos avisa una nutrida cartelería que pronto nos conduce al purgatorio de nuestra ignorancia; o esas cintas grabadas con perogrulladas en las que solo hablan ellos y tú no puedes replicar; o toda esa legión de elementos abstractos de la comunicación que nos nublan el entendimiento y nos flagelan y castigan a diario con el uso del inglés hasta en la sopa. Por no hablar del terrible incremento de la burocracia que, contra lo que se decía, ha aumentado el imparable consumo de papel a pesar del empleo de la más moderna maquinaria; o la molestia que, para andar por la ciudad, significa la multiplicación constante de mobiliario urbano ya inútil. Así, todavía persisten cientos de cabinas telefónicas que siguen obstaculizando las aceras y cuya única utilidad consiste en que, en ellas, caniches y otros congéneres de compañía hagan su fino pis – pis y lleguen incluso a funciones de más enjundia evacuatoria.

No digo yo que, siglos mediante, no hayamos avanzado mucho, muchísimo en la mejora de las condiciones de vida y cuidados de nuestros mayores, pero en tal tarea hay que estar siempre, con constancia y generosidad. Y hay que hacerlo aunque solo sea por la cuenta que nos tiene, por puro egoísmo. Pero también por muchas cosas más que dan dignidad y sentido a la condición humana, que sigue siendo la nuestra.

08 abr 2022 / 01:00
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