{ TRIBUNA LIBRE }

La competición fratricida

Firmas
Daniel Sánchez-Harguindey
Jugada de un Barça-Valencia de Euroliga. Foto: Quique García

La Euroliga se ha convertido por méritos propios en la segunda mejor liga del mundo después de la NBA. Segunda en calidad, en estrellas, en físico, en marketing o en show. Pero, ¿y en competitividad? La NBA consta de una interminable liga regular de 82 partidos por equipo que hace que muchas batallas no sean tales. Es una carrera de fondo, muy de fondo. Los play-offs ya son otra cosa, inigualables por el momento y difícilmente cambiará eso. Sin embargo, la Euroliga ha ganado al espectador en base a su continua exigencia. No espera a nadie, no como en la NBA, donde muchos equipos “se dejan llevar”, como decía el gran Andrés Montes. Pero el formato actual de todos contra todos de la competición continental, manteniendo un ritmo frenético, ha acabado adoptando matices de la NBA a su causa de forma inherente. Cada vez más física, con más tiros de más allá del 6’75 que antes, con fondos de armario que firmaría cualquier celebrity y, lo más interesante, con unos dientes de sierra que potencian el espectáculo y abren la puerta a lo inesperado. Deporte en estado puro.

Porque ya no es solo que cualquiera puede ganar a cualquiera sino que dentro de un mismo encuentro se dan unos vaivenes tremendos. También eso es fruto de la evolución del baloncesto; más rapidez en el juego, más triples y la participación de más jugadores en un choque, desembocan en parciales constantes. Si en el baloncesto antiguo, una ventaja de diez puntos significaba mucho, eso ya es pasado. Ahora nunca puedes decir “esta batalla está ganada”. Hasta el rabo todo es toro. Y en eso se ha convertido el torneo del Viejo Continente. Cada partido cuenta, no hay rival fácil, exceptuando el Khimki ruso. Eso es historia aparte, una demostración de que los millones, sin saber encauzarlos, pueden suponer una doble frustración.

Tras el cuadro moscovita, los tres últimos por la cola son el Estrella roja, el Alba de Berlín y el Panathinaikos. El primero comenzó siendo una de las sorpresas de este curso, pero se desinfló a medida que la Euroliga pisaba el acelerador. Al Alba de Aíto poco se le puede reprochar; su desparpajo divierte y la victoria no es su fin absoluto. Y el PAO, otra demostración de que en época de vacas flacas, nadie tiene su asiento asegurado en las primeras filas.

En definitiva, la Euroliga le va comiendo terreno a la NBA por su naturaleza inmediata, la tensión permanente, el juego colectivo y la defensa aguerrida como premisa del éxito. Y por eso ha conquistado a un espectador que no se sentía identificado con el baloncesto americano ni con la desigualdad de las ligas domésticas. Ha llegado para quedarse y la NBA, astuta en general, quizás debería pensar en que las tornas cambiasen y que sea ella, esta vez, la que le toque levantar la cabeza y otear al otro lado del Atlántico para tomar nota de una competición que no admite medias tintas, el famoso “dejarse llevar”.