Campesinos, militares y la víctima del amor

Gonzalo Catoira
Manifestación de los vecinos frente al ayuntamiento.

La estancia “Santa Narcisa” fue uno de los símbolos de la oligarquía liberal de la Belle Epoque de fines del siglo XIX en el interior de la provincia de Buenos Aires. Ubicada originalmente sobre 111 hectáreas a orillas del Río Salado en General Belgrano, era el espejo de la opulencia de los terratenientes rurales: su casco era un imponente castillo en el medio de la eterna llanura pampeana, con jardines creados por paisajistas y elegante mobiliario traído especialmente desde Europa. La explotación agropecuaria consolidaba el modelo capitalista y llenaba de lujos la vida de los dueños de estos terrenos, por entonces amos y señores del efímero granero del mundo.

Pero todo comenzó a cambiar luego de la Primera Guerra Mundial y la crisis internacional de 1930: las producciones de maíz, trigo y lino no eran prioridad en los mercados mundiales y poco a poco las exportaciones cayeron definitivamente. En busca de nuevos horizontes comerciales los propietarios de la estancia empezaron a viajar a menudo a la Capital Federal hasta instalarse definitivamente, cambiando de rubro y montando varias fábricas e industrias. De esa manera, lentamente la “Santa Narcisa” fue perdiendo su antiguo esplendor, hasta que en 1951 terminó por ser definitivamente abandonada.

Poco tiempo después los vecinos más humildes de General Belgrano, ante el valor histórico de la estancia comenzaron a recuperar el casco principal y formaron una cooperativa para aprovechar los todavía fértiles terrenos del enorme predio. Dividido en pequeñas parcelas, volvieron a la práctica de siembra directa con agricultura de subsistencia familiar y a la cría de aves de corral para consumo propio, con mínimos recursos pero que les permitía poder seguir viviendo en el campo, mantener sus costumbres y no tener que migrar hacia los grandes (y para ellos temibles) centros urbanos.

Entre los integrantes de la cooperativa que había recuperado la estancia estaban Juan y María, una pareja que vivía en una precaria vivienda de madera cerca del Puente de Las Gaviotas sobre el Río Salado. La “Mari”, como la conocían en el pueblo, había llegado desde Lugo a mediados de la década de 1950 siendo muy pequeña, junto a su madre viuda y sus dos hermanas mayores. Trabajaba como ayudante de limpieza en la escuela primaria de la vecina localidad de Ranchos, donde había conocido a Juan en una fiesta de carnaval.

Quienes los conocieron cuentan que se amaban profundamente y a ella la describen como una mujer dulce y siempre dispuesta a ayudar a todo el mundo: tal vez por haber tenido una infancia muy dura y llena de carencias, desbordaba solidaridad. Y pese a su extrema humildad siempre se vestía con total pulcritud y lavaba a mano cada día su gastada ropa de trabajo. Su feminidad, belleza y voz casi inaudible contrastaban con el torbellino de energía que mostraba en las oportunidades que tenía que ayudar a su marido en las tareas rurales.

Juan, en cambio, era argentino y más parco: gaucho de pocas palabras, fiel y sencillo, de piel curtida y mate amargo siempre a mano, ensillaba al alba en su viejo caballo para recorrer la zona. De alpargatas y boina, pasaba el día controlando su pequeña siembra, alimentando a las gallinas, cuidando el casco de la estancia o trabajando para otros vecinos arriando ganado vacuno. Eso sí, hasta las seis de la tarde, horario en que la “Mari” volvía del trabajo e iba a esperarla en el Puente de Las Gaviotas. Religiosamente, como cada día... hasta 1983.

En el último año de la dictadura en Argentina, mediante un decreto firmado por Jorge Aguado, gobernador de facto de la provincia de Buenos Aires, se ordena la venta del predio en la Colonia El Salado que incluía el antiguo parque de la ex estancia Santa Narcisa y sus inmediaciones. La idea era tan simple como polémica: ante el supuesto abandono de esos importantes lotes, el gobierno militar dos meses antes dejar el gobierno en manos de Raúl Alfonsín, buscaba realizar un último y millonario negocio inmobiliario expropiando la enorme zona cultivable que había sido revalorizada gracias al esfuerzo de los integrantes de la cooperativa.

El Ministerio de Asuntos Agrarios decidió el remate de las tierras y ante la amenaza de expropiación y el riesgo de perder sus viviendas, cosechas y animales, los campesinos con Juan entre ellos, se organizaron y tomaron pacíficamente la Municipalidad de General Belgrano el día 2 de septiembre, en un hecho histórico para la zona, luego llamado popularmente como El Pueblazo. Cuando el problema tomó estado público, el gobierno dio la orden de enviar a las fuerzas militares a desalojar el edificio municipal “a cualquier precio”. Pero aún con las tropas en camino, Juan permaneció resistiendo dentro de la institución, negándose a renunciar al reclamo.

La confirmación de la inminente llegada de los militares produjo la reacción del pueblo, que se empezó a reunir frente a la plaza principal para apoyar a la cooperativa. Mientras tanto en la escuela María se enteraba de lo que estaba sucediendo a pocos kilómetros: la protesta, la toma municipal, la pueblada. Y que su marido, todavía encerrado, estaba a punto de enfrentar a las fuerzas armadas. Desesperada por la noticia y presa en un ataque de nervios, al cruzar la ruta 29 muere atropellada por un camión Mercedes Benz del Ejército Argentino que llegaba raudamente a la zona para enfrentar a los campesinos atrincherados. A su Juan.

Sin embargo, al acercarse al lugar de los hechos el jefe del Regimiento fue informado que las personas agrupadas dentro de la municipalidad no disponían de armas y que estaban reclamando sin violencia el rechazo a la entrega de las tierras. La multitud agrupada en las calles realizó una masiva movilización alrededor del pueblo terminando en la Casa Parroquial de la Inmaculada Concepción y el pedido fue finalmente escuchado. Gracias a la presión del gentío, el remate fue suspendido y los campesinos pudieron abandonar el encierro sin ser lastimados ni detenidos.

Tras las protestas rápidamente se resolvió que las tierras pasarían a considerarse como Patrimonio Municipal y podrían seguir siendo utilizadas para los cultivos de los miembros de la cooperativa. El llamado Pueblazo fue considerado como un monumental triunfo de los más humildes que repercutió en todo el interior de la provincia y concluyó con una fiesta popular celebrada en las calles de General Belgrano. Pero mientras todos festejaban, su amado iba a conocer la trágica noticia: la gallega María jamás volvería del trabajo.

Después del sepelio Juan se acercó hasta el Puente de Las Gaviotas a las seis de la tarde, horario en que la “Mari” hubiera retornado y entre llantos dejó un ramo de jazmines: luego abandonó sus posesiones y nunca nadie volvió a verlo. Actualmente las zonas aledañas al predio de la “Santa Narcisa” siguen siendo utilizadas por los vecinos para sus cultivos y el antiguo casco de la estancia hoy es un atractivo turístico. Sin embargo el recuerdo de María, la víctima del amor, solo sobrevive en la memoria de los campesinos que comparten su historia con algunos pescadores que llegamos hasta el Río Salado.