Del aplauso a la indiferencia

Gonzalo Catoira
La radio, una de las grandes pasiones de Enrique Muiño.

La historia de la familia Muiño en Argentina podría haber sido como la de tantos otros miles de emigrantes gallegos, pero el pequeño Enrique iba a tomar un camino distinto, que lo llevaría al cielo de la popularidad y luego al infierno de la censura. Decidido desde pequeño a ser actor, llegó a ser uno de los más renombrados intérpretes de teatro clásico de la primera mitad del siglo XX y a protagonizar más de 30 películas, pero debido a su ideología política iba a ser de los primeros “cancelados” de la historia de los medios artísticos argentinos. Su apoyo al gobierno de Juan Domingo Perón marcaría a fuego su carrera, tan brillante como abruptamente truncada.

Enrique Muiño había nacido en A Laracha, en la provincia de A Coruña el 5 de julio de 1881. Aunque se desconoce la fecha exacta de su llegada a tierras americanas, se estima que llegó de muy pequeño; a los 12 años ya trabajaba como “canillita” repartiendo diarios en un puesto de la calle Suipacha, en pleno centro porteño. Siempre tuvo en claro su objetivo de ser actor y por eso en su adolescencia tomó cursos de formación de teatro universal, con predilección por los textos clásicos del siglo de Oro Español y perfeccionó sus conocimientos de guitarra y acordeón. Pero cuando finalmente se animó a confesarle a su padre que pensaba dedicarse a tiempo completo a la actuación, este se negó y lo obligó a enrolarse en la Armada.

En 1898 actuó gratis en la realización de una obra teatral de la compañía teatral de Jerónimo Podestá que sería su debut en las tablas, mientras continuaba con su carrera militar y participando de tertulias de arte en bares de la ciudad. Al completar sus estudios en la Armada, habiendo ya cumplido con las exigencias paternas, en 1902 se abocó por completo a la actuación. Inició su carrera en pequeñas obras sin sueldo, pero destacándose en roles tan diversos como comisario o “compadrito”. Su formación previa había dado excelentes resultados: además de actuar, sabía cantar, bailar y tenía una impronta y elegancia que pronto lo convertirían en un galán de toda una época.

Tal es así que luego de actuar en Justicia criolla (1904), de Ezequiel Soria, en la que bailaba un tango con Anita Podestá, fue contratado por el padre de esta en su compañía teatral obteniendo una remuneración de doscientos pesos mensuales: en apenas dos años se había convertido en un profesional que obtenía un sueldo estable producto de la actuación. Pero su crecimiento iba a ser aún más vertiginoso: en 1908 se incluyó en la compañía de Parravicini, donde permaneció hasta 1915, ganando ya un sueldo de primer actor. Muiño iría incrementando su remuneración a la vez que su trabajo actoral iba adquiriendo mayor centralidad. Junto a Elías Alippi conformarían una de las compañías más exitosas y populares de la época, obteniendo con frecuencia las recaudaciones más altas del circuito de teatro profesional. El éxito del dúo fue llevado a España, donde en 1922 realizaron una gira de gran repercusión. Realizaron presentaciones en Madrid (donde fue agasajado por el Centro Gallego de dicha ciudad), Barcelona, Valencia, San Sebastián y Bilbao. Y en su A Laracha natal recibió un gran homenaje: su trayectoria y crecimiento eran tomados como el ejemplo del ideal del emigrante exitoso. Don Enrique era sinónimo de prestigio artístico, pero también de respeto; se llevaba todos los suspiros femeninos y al mismo tiempo era valorado por su humildad y bonhomía por los hombres. Durante dos décadas llegó a cobrar 50.000 pesos por film (una fortuna para entonces), siendo el tercer actor mejor pagado del país. Protagonizó cientos de obras teatrales, programas de radio y filmó más de 30 películas entre Argentina y Estados Unidos, pero su ideología política a favor del peronismo, en un país de grietas eternas, iba a opacar una carrera brillante.

El gallego nunca había ocultado su afinidad ni los vínculos con el gobierno de Juan Domingo Perón; de hecho, cuando el peronismo llega al poder, Muiño ya llevaba varios años en su máxima popularidad, consagrado por la crítica y el público. Pero a diferencia de otros reconocidos artistas, hizo abierto su apoyo de forma natural: no le debía su éxito al partido político ni necesitaba aprovecharse de él. Su vinculación con el mensaje peronista excedía la militancia y se convertía en un símbolo del contexto social y cultural en el que estaba inmerso: el ascenso de Muiño, de inmigrante pobre a protagonista de películas era la representación de la movilidad que Perón deseaba mostrar. Por eso todas las fuentes confirman que más allá de la participación de Muiño en actividades gremiales en la Asociación Argentina de Actores, su identificación con estereotipos de progreso estaba ligada profundamente al imaginario popular.

Pero Enrique era toda una identidad en sí mismo; la historia de lucha y progreso convertida en éxito fue su vida real, que también le tocó representar en películas. Su proyección y ejemplo personal quedó ligado a encarnar perpetuamente la prosperidad del emigrante, que una vez instalado en Argentina podría seguir creciendo económicamente en los sucesivos gobiernos peronistas. Pero en definitiva dicho pensamiento trajo más consecuencias negativas que beneficios en la carrera actoral de Muiño; desde 1946 cuando se declaró en favor de la llegada de Juan Domingo Perón al poder hasta 1955, su trabajo fue el habitual, incluso promoviendo con mayor intensidad la imagen del “compadrito que progresa” o el “gaucho acaudalado”, cuando la llegada de la Revolución Libertadora modificaría su trayectoria y su vida por completo.

La Revolución Libertadora fue el nombre con el que se autodenominó la dictadura cívico-militar que gobernó la República Argentina tras derrocar al presidente Juan Domingo Perón mediante un golpe de Estado iniciado el 16 de septiembre de 1955. Esta dictadura comenzó una persecución despiadada contra todo aquel que se haya identificado con el período anterior llegando a secuestrar el cadáver de Evita Perón y esconderlo durante años como trofeo de guerra. Las autoridades militares, entre tantas otras actitudes deplorables, investigaron a cada artista vinculado al peronismo, llegando a la implementación de una Comisión Nacional Investigadora abocada exclusivamente a la indagación de la gestión peronista, que hacía hincapié en la posesión de bienes materiales y de las declaraciones de impuestos de todos aquellos que hubiesen formado parte de la misma.

En consecuencia, las casas de numerosos artistas fueron revisadas violentamente y muchos bienes fueron confiscados por el gobierno de facto. Desde los medios de comunicación se reclamaba la realización de “una labor higiénica” refiriéndose a las sanciones aplicadas a los peronistas. Concretamente, en el caso particular de Muiño, mientras realizaba una versión de Así es la vida en Radio Belgrano, “un grupo encabezado por comandos civiles, irrumpió y sacó a patadas al veterano actor, quien en la siguiente audición fue reemplazado por Francisco Álvarez. Una carrera que concluyó esa noche por el pecado de adherir al peronismo”. Solo un año después, en 1956, falleció en su casa del barrio de San Cristóbal, carente de recursos económicos. Fue velado en la Casa del Teatro recibiendo únicamente la visita de su familia: prohibido el peronismo, sufrió la indiferencia absoluta de la colonia artística que hasta meses antes lo aplaudía como su máximo referente.