Los contenedores urbanos de Quintana Martelo como memento ludens

Fátima Otero
El artista Quintana Martelo, uno de los más cualificados representantes de la plástica gallega, ante uno de sus monumentales ‘Containers’, tratados como presencias escultóricas, pero también como bodegones urbanos.

La basura ha alimentado la creatividad de muchos artistas, conscientes de los desechos de nuestra productividad industrial, hábitos consumistas y sobre todo del paso del tiempo. Los contenedores alteran la apariencia de las aceras y vías de tránsito, porque en ellos se abigarran sustancias maleables que ya han tenido su uso y provecho. Los residuos, además, nos hacen ser conscientes de nuestra propia corporalidad pero también de la que nos rodea, del desgaste y del abandono. Sacuden nuestro interior, aunque la mayoría de las veces apartemos la vista.

Pese a que las actitudes ante ellos generalmente producen reacciones nauseabundas, sorprende que un artista como Manuel Quintana Martelo (Roxos, Santiago, 1946), de porte gallardo y arrogante, mire al suelo, se agache y aupe el encuentro con lo inservible hasta elevar a dimensiones estéticas unas cargas abocadas -al final de su ciclo productivo- a terminar sus días en los vertederos municipales.

El MARCO de Vigo, bajo la dirección de Miguel Fernández Cid y con el comisariado de Juan Manuel Bonet, reúne por primera vez la larga serie Containers. Iniciada en 2012 llega hasta 2022 fruto de escudriñar y patear el entorno urbanita para encumbrar, vía pintura, los contenedores de las ciudades que visita. Aunque el artista domina el estilo académico, rompe con el clasicismo occidental de la mirada panorámica porque la suya enaltece lo desechable de los vertederos hasta transformarla en arqueología del entorno cotidiano.

Con su obstinado oficio de pintor y el tono de investigación que desarrolla en su tarea, el artista se acerca a las cosas sencillas del día a día para dotarlas de plasticidad, si cabe mayor, después de experimentar con la escultura desde los años 2000, a la vez que reflexiona sobre el impacto que los desechos ejercen sobre la ciudadanía.

Fruto de sus paseos de flàneur por las ciudades en sus múltiples viajes, nos ofrece un auténtico registro de contenedores y contenedores que desfilan ante la mirada del espectador como elementos únicos del decorado urbano, y a la vez le hacen partícipe de su propia escala humana. Algunos abruman por sus colosales dimensiones, como Marqués de Cubas, 23, un políptico de 260X780 cms. en el que además se adivina el sabio componer de las formas: paquetes, bolsas o pedazos de madera atestando el espacio con gracia, ritmo y euritmia. Bultos en los incide un potente foco de luz interactúan con el visitante, recordándole el viejo lema memento mori. En el lado izquierdo, la herencia de la ActionPainting, el muralismo mexicano y el fresco italiano delata un conocimiento profundo de la rica tradición pictórica.

A Quintana Martelo le seducen los dípticos porque le ofrecen el reto de enfrentar dos tendencias aparentemente antagónicas, el formalismo y el informalismo. Su modus operandi bebe de movimientos señeros de la segunda mitad del siglo XX, como el pop y la herencia hiperrealista americana que tan fructíferamente manejó desde hace años. Buen ejemplo son sus series neoyorquinas de papeleras y cabinas telefónicas ocupando el centro de la imagen, como el manejo de la pintura líquida. El resultado es un discurso cargado de poesía y belleza en el que se ensalza la banalidad como síntoma de la sociedad actual.

En estos recipientes geométricos, ilustrativos de la ciudad globalizada y símbolos del capitalismo decadente, el artista obvia a las personas que los usan, pero no las pintadas que dejan de su paso ante ellos en forma de graffitis, leyendas o cartelería incrustada en las paredes. El propio autor da rienda suelta a sus tachones, arrepentimientos, gestos, goteos, manchas o caligrafías improvisadas. En otras ocasiones acentúa los efectos de trampantojo para hacernos dudar de si son materiales incrustados al lienzo o dibujados. Con ese uso del collage nos da una visión del mundo construida intelectualmente dónde más que existir una realidad lo que tenemos es su interpretación.

Acuarelas, papeles u óleos tienen mucho de documental ya que su cámara ha ido fotografiando innumerables contenedores justo en el momento de incidencia máxima de la luz solar sobre ellos, para señalar su volumetría. Los rótulos: Aluche, Arcón, Cano, Codisan Contenedores, actúan de reclamo publicitario pero también de artificio porque todos estos bodegones urbanos solo son planimetrías que existen en el plano pictórico nacidas del rigor y práctica constructiva. Quintana Martelo sobredimensiona los materiales propios de su trabajo. Se aprecia fácilmente en las obras que por estas fechas exhibe en la compostelana galería Luisa Pita. Tubos , pinceles, platos usados para mezclar colores o sus propias zapatillas de trabajo -que lejanamente nos remiten a Par de botas de Van Gogh- generan la atracción táctil hacia la superficie del lienzo ya que parecen pinturas para tocar y usar. Sus útiles, exquisitamente dibujados, equivalen a autorretratos ya que el artista entiende la práctica pictórica como lugar de encuentro en el que caben la precisión milimétrica, hasta las manchas, los quiebros espaciales, el valor de los esbozos o las fotografías. Todo son nutrientes que han ido enriqueciendo una dilatada trayectoria artística.

Son obras totalmente contemporáneas porque están comprometidas con su tiempo y no rechazan ningún tipo de tecnología sino que usan el resorte de la pintura, porque, ante todo, quien también es presidente de la Real Academia Gallega de Bellas Artes, se siente pintor.