Otro año de necesidades y oportunidades

¿Saben dónde se hallan en Santiago partituras de bailes tan manidos como añorados, que regresan a casa como turrones y mazapanes o como las muñecas de Famosa que se dirigen al Portal? En la catedral, no se han visto -de momento- pero sí en su entorno: en el monasterio de S. Pelayo y en el fondo musical de S. Martín Pinario
Pilar Alén Garabato
Valses vieneses de la
familia Strauss.

Inicios de un nuevo año. Fiesta, cotillón y baile. Olvidos queridos y añoranzas no deseadas, pero igualmente sobrevenidas en momentos señalados.

Vienen nuevos aires. Algunos parecen surgir de los meneos de los valses de Strauss. Otros, de la pícara charlatanería de vendedores de remedios que todo lo curan: licores, ungüentos, píldoras y todo un baúl de sortilegios.

¿He dicho que vienen nuevos aires? Me desdigo (es lo que se lleva): ¡si todos los años pasa lo mismo! Cambian los escenarios y se van cumpliendo lustros y decenios. Eso es lo que marca la diferencia.

De valses y polcas casi que paso. A modo de recuerdo viene a mi mente la genial idea de un buen maestro, joven, inquieto, innovador, fallecido en la flor de la vida. Cada mañana nos dejaba atónitos -aun estando adormilados- la sorpresa que preparaba: los ritmos de Strauss, a todo volumen, llenaban el aula. No era su intención amansar las fieras con melodías. Era su peculiar manera de atemperar nuestro ánimo, por si alguno lo traía cruzado o ensabanado y, de paso, de alegrarnos ese día. ¡Y funcionaba! En enero y en mayo. Todo el año. Nuevamente el 2022 comienza con otro concierto de la Filarmónica de Viena, bajo la batuta de Barenboim: más valses de Strauss, ballets, paisajes y algunas sorpresas. ¿Qué tendrán esos bailes, esos ritmos compuestos, en su mayoría, en un cambio de siglo tan saturado de novedades e incertidumbres, preludio de dos grandes guerras mundiales? ¿Eran conscientes de ello y miraban a otro lado? Y ahora ¿arrastramos, vamos, o estamos ya, en la tercera y no nos enteramos? Puede que nos pase como con las olas pandémicas: ya perdemos la cuenta o cada cual las cuenta según le viene en gana: no es lo mismo Laponia que el cuerno de África.

¿Saben dónde se hallan en Santiago partituras de bailes tan manidos como añorados, que regresan a casa como turrones y mazapanes o como las muñecas de Famosa que se dirigen al Portal? En la catedral, no se han visto -de momento- pero sí en su entorno: en el monasterio de S. Pelayo y en el fondo musical de S. Martín Pinario. Eran tiempos - finales del XIX y principios del XX- en que había tiendas de partituras, llegadas incluso de lejos, bajo pedido -un Amazon sin online- que circulaban, copiadas luego a mano, de casa en casa.

Era una sociedad burguesa o aburguesada, incapaz de asumir la vida con enojosos aburrimientos (¡qué pereza pensar en estar sin hacer nada!), de relaciones sociales que fuesen más allá de lo estrictamente necesario (¡sociedad ensimismada!).

En una carta, fechada en Santiago en 1867, hallo este peculiar listado de gente ávida de música o potenciales consumidores de ella. Entre instituciones y particulares figuran: el Recreo de Caballeros de Santiago, necesitado de un buen piano de cola; Vicente Varela Luaces, dos tenía, pero antiguos, por lo que pretendía otros nuevos; Juana Paz Romer (en el Franco) y Fernando Núñez el Cañal (en las Ruedas) también andaban a la zaga. Entre los profesores, Hilario Courtier y Ramón Bugueiro (los dos en la Rúa del Villar), Bruno García, Pilar Ogando (de la calle Altamira) y Ramona Casullera (Calderería) se abastecían de instrumentos y partituras.

Surge la pregunta inmediata: ¿no queda parentela de estas familias? ¿Seguro? ¿Qué apostamos?

Convivían con otra parte de la sociedad preocupada por afanes aparentemente distantes. Buscaban remedios para otras necesidades, incluso para el mal de amores.

Conocerán una de las óperas más exitosas: L’elisir D’amore(G. Donizetti, 1832). Fácil imaginar argumento tan simple, aunque difícil hacerlo con tanto acierto como el bergamasco, que lo estiró a dos horas, sin ovación incluida. No era un mago, pero la concluyó en 14 días, quedando inmortalizada por su melódica simpleza y su famosa romanza Una furtiva lágrima.

La canta un joven y desesperado campesino, Nemorino, al percatarse de la lágrima que brota de los ojos de la mujer que él ama, viendo amenazada su suerte, pues la rica granjera, Adina, juega en otra liga.

¡Cómo la bordaban el vigoroso Caruso y el corpulento Pavarotti!: Una lágrima furtiva apareció en sus ojos. / Me ama, sí, lo veo...

¿Y el elixir del título? Lo ofrecía el charlatán y falso médico Dulmacara, con virtudes que solo engordaban su bolsillo. Con él comenzaba la aparente mejoría portadora de sinceros sentimientos y desconcertantes decisiones.

Una furtiva lágrima derrama quien ya dice que no tiene nada que celebrar, ni agradecer al 2021. Solo llorar les queda, a escondidas, en una sociedad donde el sollozo no es bienvenido, pese a considerarse un mal emocional a la altura del dolor físico, o sea, del “dolor social”. No cuadra esta escena con el ambiente navideño, con sus luces y sus opulentas mesas. Pero coexisten. Y, no. Tampoco es magia: es pura -y diría, triste- evidencia. Ni patentados elixires valen. Encarar la cuesta de enero: esa sí que llega de inmediato.