Rosa Elvira Caamaño, entre piedra y flor eterna

La pintora rinde homenaje a los escultores románicos cuyas técnicas, aprendizaje e iconografía tanto influyeron en corrientes de vanguardia como el expresionismo, futurismo, surrealismo o cubismo. La artista se ha dejado seducir tanto por las formas como por la iconografía medieval.
Fátima Otero
La artista apuesta decididamente por su temática preferida, la floral.

Elvira Caamaño (Bueu, Pontevedra) nos propone un Camino de Santiago devocional hacia lo escultórico y la naturaleza como sinónimo de conmemoración de un mundo remoto y feliz. Imaxes de Pedra, la muestra que por estas fechas exhibe el compostelano Museo de las Peregrinaciones, nace de una selección de dibujos, fotografías y ardua labor de investigación sobre la sociedad y cultura del medievo, que luego su pincel académico pasa al gran formato en pastel. La pintora rinde homenaje a los escultores románicos cuyas técnicas, aprendizaje e iconografía tanto influyeron en corrientes de vanguardia como el expresionismo, futurismo, surrealismo o cubismo. Como investigadora y docente, la doctora en Bellas Artes se ha dejado seducir tanto por las formas como por la iconografía medieval.

En su particular forma de hacer el Camino, se ha fijado en aquellos canteros que llevaron las formas finales del románico a su máxima expresión humanista con tallas significativas que anuncian los nuevos bríos góticos. La plástica de Mateo o del Maestro Esteban, en concreto el atribuido Sátiro del capitel de la catedral de Jaca, deslumbró a los visitantes del templo por la habilidad con que el antiguo escultor se adoptó a las formas que le imponía el bloque y por el cuidado tratamiento anatómico de su espalda y nalgas en oposición al hieratismo y tosquedad de otras tallas del mismo periodo. Con destreza, Rosa Elvira le imprime carácter en un potente escorzo, además de gracia y salero, en el que el efecto de voluptuosa elasticidad impregna de viveza la lasciva figura mitológica.

En esta reciente serie dedicada a la temática jacobea se esmera en enaltecer aquellas lejanas esculturas pétreas que, a su entender, conllevaban un halo deesperanza, didactismo y belleza formal. Así lo delatan sus pinturas dedicadas al Apóstol Santiago, que corona la torre de Saint Jacques de París o del Parteluz del Pórtico de la Gloria, por romper con la ortodoxia rígida del momento. Se centra en el porte conciliador y la bienaventurada mirada de paz y serenidad del Pantocrátor de la Iglesia de San Martín de Frómista, precisamente por estar alejada de tintes apocalípticos. La pintora se ha desviado de la ruta para recrear La Anunciación del claustro del Monasterio de Santo Domingo de Silos, que baña en cálidos tonos y equilibrada composición con el propósito de ensalzar los valores bíblicos que el conjunto encarna.

Rosa Elvira desafía el globalizado mundo mecanizado del siglo XXI donde la competitividad intenta homogeneizar los gustos. Ve la actualidad como un tiempo descreído en el que la vanidad, soberbia y avaricia corrompen al individuo, de ahí que se refugie en los valores eternos del arte practicados en la soledad del estudio acompañada de sus principios, normas, valores éticos y religiosos inculcados desde su infancia. Su pintura de cuño idealista milita en lo eterno del clasicismo y en el aprendizaje de los grandes maestros del pasado. Su postura se asemeja a la de los prerrafaelistas que reclamaban el culto a la naturaleza, arropada de suma belleza, paz, armonía y sinceridad.

En la segunda sala recrea la iconografía medieval del Paraíso que pocos autores se han atrevido a representar, más preocupados por plasmar los infinitos males que acosan a los caídos en el infierno. En lienzos de gran tamaño, fundamentalmente en óleo y sirviéndose de la herencia secular del oficio usando materiales tan apreciados como el pan de oro, sus temas se presentan como extensión de su vida, y apuesta decididamente por su temática preferida, la floral.

Es frecuente que bañe con aires melancólicos muchas de sus siempre equilibradas composiciones. Se esmera en evocar las texturas de la gran variedad de especies florales y frutales que despliega en grandes lienzos portados por angelicales niños o amorcillos que lucen en la soledad de ricas telas de estirpe tizianesca. Con botánica precisión y variado equilibrio dispone tulipanes, hortensias, fucsias en variados bodegones en los que también se cuelan racimos de uvas, calabazas, membrillos u otros productos del campo. A veces los complementan preciadas antigüedades que atesora en su estudio y que otorgan aristocracia a sus lienzos.

Rosa Elvira siempre parte del natural, imitando la realidad pero siéndole infiel porque pinta más belleza de la que encierran sus pequeños jardines cerrados. La viveza de sus mimadas composiciones impregnados de luz y simbolismo acrecentado con el paso de los años, son sinónimo de fertilidad. Por ello se despliegan en nutridas guirnaldas que pueden portarlas tallas clásicas que adornan su estudio, enmarcan el lienzo o lucen muchachas nacidas de sus recuerdos extraídos del álbum familiar.

Podrá ir la pintura de Rosa Elvira contracorriente, pero con la presunción de ser extensión de su vida. Los fanales de su hogar, su gato y sus preciados enseres se cuelan en su pintura para hablar de cultismo, brindarnos el placer de la contemplación frente a los actuales tiempos acelerados que nos han privado de ella. La autora nos invita a adentrarnos en su hortus conclusus, ámbito mágico en los que se respira belleza por doquier. Sus edénicos jardines suelen conjugar escultura apolínea con floración galaica siempre captada antes de que se marchite. Aunque el inexorable paso del tiempo también esté presente en el tema clásico que reactualiza las cuatro estaciones para recordarnos el tempus fugit.

La artista se refugia y defiende a ultranza la única verdad que entiende debe seguir el arte, la que se atiene al valor de la proporción, armonía y estética. Una actitud arriesgada, de auténtico coraje, es apostar hoy por lo que nunca muere, el clasicismo, a pesar de saber que la ley del mercado dicta otros modos.