veinticinco años sin el místico aliento de Lola Flores

Nacida en Jérez de la Frontera el 21 de enero de 1923, tuvo su primera incursión en el mundo artístico en 1939 cuando se presentó en el Teatro Villamarta para formar parte del espectáculo ‘Luces de España’. Después pasaría al cine.
José Aguilar

H an pasado ya 25 años desde que Lola nos dejo huérfanos de su respiración profunda, de sus susurros y de sus caricias a la poesía que van más allá de los versos y de los campos semánticos. La raza y el genio de una artista que traspasaba batería con el gesto, con la mirada enigmática que deambulaba por cada uno de los pentagramas que hacía suyos de una manera personalísima manteniendo el espíritu de los secretos en el cenit de esa meta que todos añoramos y que muy pocos llegan a conseguir.

Tuve la suerte de conocerla gracias a Luis Sanz, que me brindó muchas oportunidades cuando apenas tenía veinte años. La impresión fue más que grata en una noche que solamente puedo calificar de inolvidable, después vinieron algunas más que siempre guardaré en mi memoria. Lola era generosa, cálida y profundamente humana. Con un carácter que no solamente tenía su mejor expresión sobre los escenarios o ante las cámaras, ya que Lola era capaz de convertir lo cotidiano en algo extraordinario y sumamente peculiar. Las serpentinas caían sobre los rostros en un anecdotario interminable que ahora guardamos en las vitrinas del alma. Cada uno de los despertares combinaba la miel con los horizontes en los que las mejores fuentes estaban secas. Todos los jardines se manifestaban lejanos en los atardeceres de su memoria que no conocía el final marcado por las costumbres.

Bajo su sonrisa abierta y sincera la batalla contra sus miedos, contra sus incertidumbres, en un juego infinito que luchaba por superar el abismo de la rueda de la fortuna que muchas veces se ponía en su contra para emitir el veredicto. La sangre hervía mientras el mundo que conoció se desmoronaba lentamente abriendo paso a la nueva libertad, que también le saludaba con respeto. Las luces se apagaban y se encendían en una ceremonia que guarda mucho parecido con un rito macabro. Conocía los fuegos de artificio y las razones baladíes contra las que era más severa de lo que pudiese parecer. Lola tenía una escala de valores y un criterio en los que no cabía la falsedad para obtener el mejor malabarismo. Era coherente y atenta con cada paso y, sin embargo, reconocía los errores que después le hicieron tanto daño.

En la interpretación, el talento desaprovechado en muchos papeles estereotipados en los que le imponían unos registros que le hacían sentirse prisionera en una jaula que ni siquiera era la suya. Lola luchó por navegar con tripulaciones distintas en unos barcos que le permitieran asumir otros horizontes en los que reinaran unas tonalidades en las que ella se sintiese verdaderamente soberana y libre, sus intenciones pocas veces consiguieron atrapar la rosa.

La lucha en el olvidar y en el morir, con cada recuerdo que se debatía entre lo que fue y lo que pudo ser. Todas las espigas cortadas en una cesta en la que reinaban esas posibilidades que soñaron con los recuerdos adolescentes en los que todo era posible ante el viejo reloj de pared.

Los días sin sol llegaron a un alma que no temía a la verdadera sombra, que se alzaba poderosa en un presente en el que el dolor se tornaba valentía ante el invierno que truncaba cada una de las fiestas del arte.

Los labios sobre el museo de todos los secretos que se fueron uno a uno entre las delicadas manos.

Lola, entre tantos atardeceres bellos, tu recuerdo siempre como heroína de lo que importa.

Acaban de cumplires 25 años sin una de las grandes de España. Se trata, sin duda, de Lola Flores. La Faraona fallecía en su casa de El Lerele en La Moraleja, Madrid, con 72 años víctima de un cáncer de mama con el que batalló durante más de 40 años.

Nacida en Jérez de la Frontera el 21 de enero de 1923. Lola Flores tuvo su primera incursión en el mundo artístico en 1939 cuando se presentó en el Teatro Villamarta para formar parte del espectáculo Luces de España. Después pasaría al cine, donde apareció en Martingala junto a Pepe Marchena. En 1945 grabaría su primer disco.

La muerte de la Faraona marcó a la familia Flores es un cúmulo de tragedias. Quince días después de su muerte, su hijo Antonio fue encontrado muerte en la misma residencia. El joven cantante tenía 33 años años y no pudo soportar el dolor de perder a su madre.

Con duende innato, Lola Flores tuvo reconocimiento mundial, llegando a cantar en el Madison Square Garden de Nueva York. Madre de las también cantantes Lolita y Rosario y abuela de la actriz Elena Furiase; el clan Flores es uno de los más prolíficos.

Veinticinco años han pasado desde aquel 16 de mayo de 1995 y el legado de Lola Flores sigue intacto. Por ello, repasamos las cinco canciones imprescindibles de una de las más grandes.

‘AY PENA, PENITA, PENA’. Creada por el trío Quintero, León y Quiroga, que compusieron temas inmortales como Yo soy ésa o Tatuaje. Fue creada en 1951 para un espectáculo llamada La Nueva Copla de Manolo Caracol. El tema lo haría suyo Lola Flores gracias a la película del mismo nombre que protagonizó en 1953.

‘LA ZARZAMORA’. Una de sus canciones más emblemáticas. También compuesta por el trío Quintero, León y Quiroga. La Faraona la interpretó en la película La hermana Alegría en 1954. Esta canción fue la que le acompañó en todo momento durante el día de su funeral, tal y como pidió la cantante en vida.

‘A TU VERA’. Compuesta por Rafael de León y Juan Solano. Lola Flores lo inmortalizó en la película El balcón de la luna donde compartía cartel con otras dos grandes de la canción española: Carmen Sevilla y Paquita Rico.

‘TORBELLINO DE COLORES’. El poeta y escritor gaditano José María Pemán le dedicó a la cantante unos versos en unos de sus poemas donde le llamaba “torbellino de colores”. La propia Flores los popularizó en una canción del mismo título.

‘QUE ME COMA EL TIGRE’. Lola Flores cantó esta canción en la película El taxi de los conflictos en 1969. En la escena donde la interpreta, lo hace junto con su marido Antonio González ‘El Pescaílla’ y dos de sus hijos (Antonio y Rosario).