Más de 90 días de fiestas, peleas y ruido: hartos de la casa okupa de la Alameda

Vecinos de la rúa do Campo do Cruceiro do Gaio han llegado al límite // Acumulan varias decenas de llamadas a la Policía pero la situación no cambia // La vivienda pertenece a un particular
Okupas
Redacción ECG
la casa está en pleno parque da Alameda, detrás de los árboles, izquierda. Foto: ECG

Al final de Galeras, las rúas que llevan do Gaio por apellido conectan esa zona con el paseo de la Alameda. Al subir la cuesta de Campo do Cruceiro do Gaio, a mano derecha, nos encontramos una fila de casas bajas pegadas, algunas de ellas acondicionadas como hostales o pisos de alquiler turístico. Casi al final, un inmueble señorial cobra protagonismo, hasta hace un año sede ilegal de O Aturuxo das Marías, un autodenominado centro social okupado e autoxestionado en Santiago de Compostela. Ese edificio está ya en manos de su propietario, sin embargo, los vecinos tienen ahora otro problema: otra casa, algo más modesta y menos visible, tiene nuevos habitantes.

Se instalaron en ella unas dos semanas antes del estado de alarma y, desde ese día, comenzaron sus rutinas de fiestas y peleas. Un vecina lo resume como “más de 90 días de rave”. Aseguran que han llegado a juntarse allí más de una docena de agentes de la Policía Nacional, sin que el problema se solucione. Los residentes se sienten totalmente desesperados, tienen la sensación de que nadie les hace caso, y que solo les queda intentar juntarse entre todos para meter presión y hacer que el tema salga a la luz.

“La Policía viene muchas veces, la última hace dos días, y les dice que bajen el volumen. Pero cuando se van los agentes, ellos vuelven a subir la música y todo sigue igual. Así día tras día”, explica una vecina, que cree que son unos cinco o seis y que ha podido ver los grandes altavoces que tienen. “A veces está una solo, que se pone a gritar, o sale medio desnudo por ahí”, afirma otro testigo que, además, trabaja en la zona vieja de la ciudad y está habituado a ver a alguno de esos mismos okupas metido en problemas por la calle. “Por no mencionar que en pleno confinamiento ahí entraban y salían todas las noches grupos de hasta quince personas, cuando a mí la Policía me paró por ir a tirar la basura”, añade. Están algo resignados porque, tras varios meses de llamadas constantes a la Policía, ven que nada cambia. “Lo peor es que se ponen a amenazar y a encararse con los agentes, en la cuarentena venían todos los días y solo les devolvían insultos”, describen así su día a día. La música alta constante les impide incluso ver una serie en el salón de su casa, o descansar: “Los días que están de fiesta, no hay quien duerma. Mi novio se tenía que levantar ayer a las tres y media de la mañana para ir a trabajar, y a esa hora seguían a todo volumen”, denuncia una de las residentes, que asegura que esta ya ha sido la gota que ha colmado el vaso, y que no soporta más la situación. A las fiestas nocturnas, el responsable de un establecimiento turístico añade que la música está presente muchas veces tanto a las doce del mediodía como a las siete de la tarde.

“Estás intentando trabajar, leer, ver una película... pero no puedes. Las primeras semanas hasta me hizo gracia, pero luego ya no”, denuncian los afectados. Tras el confinamiento, pensaron que su particular pesadilla se había terminado, “que se les había roto el altavoz”, pero desde hace unas semanas todo ha ido a peor. Más allá del problema con la música, las peleas entre los propios okupas son constantes. Han llegado a discutir entre ellos porque uno estaba intentado cocinar, y el otro tenía la música alta y le molestaba. A eso se le suman gritos constates en frente de la casa, e incluso hogueras. También se dedican a destrozar la casa, de hecho, los vecinos tienen vídeos en los que se escucha cómo los okupas se ponen a romper cristales. En la parte trasera de la casa, se puede apreciar restos de mobiliario mezclado con basura acumulada tras la puerta. Y en la fachada principal, hay carros de grandes superficies con bolsas de basura.

A la pregunta de si han intentado hablar con ellos, un vecino cuenta que una vez se le acercaron para comentarle que, en el caso de hacer demasiado ruido, les avisasen pero que no llamasen a la Policía. Sin embargo, los vecinos no quieren tener mucho trato porque les han visto en actitudes que no les transmiten mucha seguridad: “No son muy de fiar como para ponerse a hablar o a intentar hacerles entrar en razón. A veces salen con una estaca afilada apoyada en su hombro. Y creemos que también hay bastante trapicheo de droga. Un día, a plena luz del día, había un tío manipulando alguna sustancia. Y una familia justo pasando al lado, con niños”.

El enclave, tan cerca de la Alameda y del resto del casco histórico, acoge numerosos hoteles. Al otro lado de la rúa Campo do Cruceiro do Gaio, en la rúa do Pombal, la trabajadora de un hotel reconoce que, aunque no han recibido quejas de los clientes, la música se escucha en todas las habitaciones: “No dicen nada igual por vergüenza, o porque para los pocos días que están, prefieren pasar de estar quejándose, pero es imposible que no oigan la música algunos días”. Otro hostelero afirma que, si no ha tenido que dar explicaciones a sus clientes, es porque en este momento la ocupación es muy floja, y la mayor parte del tiempo no tiene las habitaciones ocupadas.

QUIÉN TIENE LA RESPONSABILIDAD. Las personas que sufren de cerca la situación se preguntan también a quién pertenece la casa: “Ellos conectan los altavoces, y sabemos que cocinan allí, por lo que mínimo tienen luz. ¿Quién paga eso?”. Algunos dudaban de si la casa está en manos del ayuntamiento, o si pertenece a algún particular. Desde el Concello aclaran que el inmueble tiene propietario, un particular. Además, añaden que la Policía acude con frecuencia.

Este no es el primer caso similar que existe en Compostela. A la vivienda cercana que se comentaba al principio, se le suman otros precedentes. La Algalia, la rúa de San Pedro, Outeiro do Castiñeiriño, el parque de Belvís, o la rúa Pérez Constanti también han sido testigos de la okupación de casas abandonadas, en ocasiones con apoyo de los vecinos por las actividades culturales que se realizaban, y otras con quejas por los conflictos.