Telón

Elena Rivo y Miguel Michinel

Una antigua narración acadia, basada en cinco poemas sumerios, conocida como la “Epopeya de Gilgamesh” (escrita entre el segundo y tercer milenio a.C.) cuenta cómo los dioses quisieron deshacerse de los humanos mediante un terrible diluvio, al que solo sobrevivieron el sabio Utnapishtim junto con su mujer. Avisados ambos por Ea para que construyeran un arca y embarcasen en ella a todas las especies conocidas, se salvaron al posarse sobre el pico del Monte Nisir. Este mito inspiró, entre otros, el de Noé, en el Antiguo Testamento, o el de Deucalión, en la mitología griega, sobre el cual no hay acuerdo en las fuentes clásicas respecto del monte que sirvió de refugio, aunque tanto Píndaro como Ovidio apuntan al Parnaso.

El Parnaso, situado en el macizo que separa Cime y Focea (hoy Turquía) -epónimo del hijo de Poseidón y Cleodora que fundó allí el Oráculo de Delfos- es un nombre procedente de la raíz hitita *parna- (casa) a la que se unió, en el pelásgico prehelénico, el sufijo *-ssos (o *-thos), dando así en griego “parnassós” y en latín “parnasus”; siendo la morada de las musas quienes, procedentes del monte Helicón, fueron llamadas a tal lugar por Apolo, para formar parte de su séquito. De ahí que se identifique el Parnaso como la patria de los artistas y que, por ello, en muchos teatros figuran decoraciones alegóricas relativas al mismo.

Así sucede, por ejemplo, con el impresionante telón del Teatro San Carlos de Nápoles, obra de Giuseppe Mancinelli, ejemplar original de 1854, único en el mundo, que reúne en su iconografía a varios los mayores representantes de la cultura grecorromana e italiana (Safo, Heródoto, Virgilio, Dante...) rodeados de musas en el Parnaso. Ha sido restaurado hace poco, como en España el del Teatro Cervantes de Málaga -con motivo igualmente clásico, aunque confección mucho más moderna- mediante un acuerdo de colaboración público-privada alcanzado en 2017, buena muestra de la ventaja de este tipo de cooperación, tan defendida desde este rincón.

Como el vino, que es asimismo rojo, el telón es también una cultura, pues existen de los más diversos tipos y tamaños, que cumplen las más variadas funciones. Del telón de fondo al de boca, del telón de comodín al de cielo, pasando por el italiano, el francés o el alemán, cualquier tramoyista experimentado en su oficio sabe de la destreza que es precisa para manejar con soltura semejante entramado de lienzos y telas, que contribuyen sobremanera a crear la magia propia del teatro; con ese agridulce sentimiento que se produce cuando, culminada una función emocionante, vemos caer inexorable el telón, símbolo de que nuestro disfrute ha concluido.

Tal y como anunciamos la semana pasada, es momento de que caiga el telón en “Elogio de la cordura”, transcurrido un año desde la primera entrega. Con este proyecto, hemos tratado de aportar un modesto grano de optimismo en favor de la ansiada recuperación de la normalidad económica, insistiendo en los mecanismos de colaboración público-privada, con especial énfasis en la filantropía; aunque tampoco hemos podido (ni querido) evitar otras derivaciones, que nos han llevado desde la responsabilidad social corporativa hasta el Brexit o desde la investigación universitaria hasta el “mentoring”, pasando por el medio ambiente o las inversiones extranjeras.

Echando la vista atrás a lo largo de este intenso período, sacudido por un fenómeno único destinado a marcar a toda una generación de la humanidad, creemos haber cumplido con el modesto objetivo que nos habíamos impuesto; considerando además que, desde un punto de vista sanitario, lo peor ha pasado ya y que nuestras humildes reflexiones, por otro lado, aparte de haber podido resultar más o menos entretenidas o divulgativas, ahí quedan para quienes las quieran aprovechar. El tiempo dirá si hemos acertado, aunque sea en una mínima porción, o si de nuestros comentarios se puede extraer alguna lección positiva, si la hubiere.

En este itinerario, como tramoyistas de lujo, nos han acompañado Dolores Martínez y María Montalvo, miembros del Club de Consejeras de la Asociación Gallega de la Empresa Familiar, de cuya idea nació este proyecto, con un alcance mayor que la mera redacción de la presente columna semanal, y que continuará su andadura si los quehaceres de sus impulsores así lo permiten, dado que su entusiasmo es tan incuestionable como inquebrantable su interés. A ambas queremos desde aquí agradecer la atención mostrada, así como sus luminosas aportaciones y sagaces comentarios tantas veces compartidos.

El diluvio universal del siglo XXI parece haber sido neutralizado gracias al arca de la ciencia que, en forma de vacuna, nos ha permitido arribar al Parnaso de la nueva normalidad. De todas formas, cuentan que una semana después de arribar al Monte Nisir, Utnapishtim soltó una paloma, que en seguida regresó, lo que le llevó a liberar una golondrina, que también vino de vuelta. Sólo cuando soltó un cuervo que no volvió, supo que las aguas habían bajado, al haber encontrado el ave lugar donde posarse. Entonces, salió del arca y quemó cañas junto con maderas de cedro y mirto, como ofrenda. Si tenemos que contagiarnos de algo, que sea entonces de la cordura de Utnapishtim, antes de empezar a quemar nada. Y más aún, en verano. Telón.