Cortapisas a las fiestas en pisos

Beatriz Castro

EL CURSO universitario aún no ha comenzado, pero numerosas comunidades de vecinos de Santiago padecen ya las consecuencias de las fiestas nocturnas que han empezado a celebrar quienes han desembarcado antes de tiempo en la ciudad para estrenar o acondicionar sus nuevos pisos de alquiler. Es absolutamente normal que los jóvenes, sobre todo los que empiezan una nueva vida lejos de la tutela de sus padres, tengan ganas de juntarse y de divertirse, pero igualmente lógico es que las familias afectadas por los ruidos, gritos y música que proceden de las viviendas colindantes exijan poder descansar en paz a partir de ciertas horas de la noche. No se trata de criminalizar a la juventud, como afirman los cursis adictos al neolenguaje jurídico, sino de recordar una y mil veces a los juerguistas que sus fiestas pueden amargar la vida a miles de trabajadores que al día siguiente tienen que madrugar, o a personas mayores que están enfermas, o a bebés que se pasan la madrugada entera llorando si su rutina de sueño se ve alterada. Todo indica que los próximos meses van a ser especialmente conflictivos, en lo referente a las fiestas privadas en pisos, debido a las restricciones que imperan en los calles, bares y discotecas a causa de la pandemia sanitaria. Cientos de jóvenes, por lo tanto, querrán celebrar en sus viviendas de alquiler las juergas que no pueden organizar extramuros y por eso se hace necesario actuar con contundencia antes de la que la situación se desmadre más de la cuenta. Las comunidades de vecinos deberían recalcar de forma machacona y muy clara cuáles son las normas de convivencia, y la policía, si se registran quejas fundadas o denuncias, tendría que multar tanto a los inquilinos fiesteros como a los propietarios que desatienden sus obligaciones. Así de simple.

BEATRIZ CASTRO/Periodista