Historia rodada convertida en chatarra

Beatriz Castro

PARECE mentira que ningún político se haya preocupado hasta la fecha por crear en Santiago, por ser la capital de Galicia, un gran museo dedicado a los automóviles históricos, que a la par debería funcionar como taller dedicado a enseñar a los jóvenes interesados por la mecánica a conservar, rehabilitar y arreglar las joyas rodantes –por desgracia cada vez menos– que todavía se pueden ver por las carreteras. Cuando hablamos de arte y de historia, casi siempre tendemos a pensar en cuadros, esculturas, edificios y objetos de todo tipo con cierta antigüedad y belleza, pero nunca en los automóviles, camiones, autobuses y hasta tractores que, por su veteranía y la nostalgia que despiertan, hacen girar la cabeza a miles de personas en cuanto son expuestos en cualquier calle o plaza. Hay muchos países que veneran a sus viejos cacharros, entre ellos nuestro vecino Portugal. Aquí, el día que nos demos cuenta apenas quedarán cuatro Seat 600 en pie pese a ser el vehículo que motorizó a un buen porcentaje de los españolitos en la década de los años 60. Hace un par de días, EL CORREO contó la historia de Manuel Sixto Boquete, un octogenario que con poco más de veinte años, hace ya más de medio siglo, se metía unas palizas de cuidado para trasladar todo tipo de mercancías entre Santiago y Barcelona, cuando el viaje suponía pasar 36 horas seguidas delante del volante por unas carreteras demenciales. Gracias a la empresa Narval, uno de aquellos camiones legendarios se conserva en perfecto estado de revista, pero otros muchos vehículos ya han pasado a peor vida o se han convertido en chatarra irrecuperable. Y en medio del pasotismo institucional, cuatro chalados intentan conservar viva la historia de la locomoción en Galicia a través de ferias y concentraciones que siempre generan mucho interés popular. Benditos sean... y que no decaiga.

BEATRIZ CASTRO/Periodista