Turismo poco invasivo en Galicia

Beatriz Castro

EN ABSOLUTO es noticia que Galiza Nova, la rama juvenil del BNG, deteste todo lo que significa el Xacobeo. De hecho, dicha organización lleva ya muchos años criticando la política turística de Galicia y aún sueña con una especie de territorio virgen y ajeno a las influencias de unos visitantes que, según sus entendederas, alteran la esencia de los países y los paisajes, contaminan de más allá por donde pasan y provocan la muerte lenta de oficios tradicionales. Para colmo, los Años Santos emanan un cierto tufillo religioso, así que todo lo malo se junta, piensan, en una celebración que consideran nefasta para Galicia (su Galiza). Es posible que los jóvenes cachorros del BNG tengan algo de razón al criticar, en general, ciertas consecuencias nocivas del llamado turismo de masas, que desde el bum de los años 60 del pasado siglo ha dado trabajo a millones de personas, pero que también ha destrozado para siempre entornos antaño cargados de encanto. Así ha pasado en muchos enclaves de la costa levantina, donde decenas de pueblos marineros se convirtieron en una maraña de feos edificios con vistas a paseos marítimos plagados de tiendas de suvenirs, y lo mismo ocurrió en Cataluña, Andalucía, Baleares y otras comunidades autónomas en las que el sol pega fuerte. En Galicia, en cambio, la cosa ha sido muy diferente y, pese a las barbaridades cometidas durante las últimas décadas en unos pocos municipios, seguimos contando con un turismo tranquilo, poco invasivo y nada adicto a pasarse todas las noches de borrachera en macrodiscotecas ruidosas. En cuanto a los peregrinos que llegan por miles a Santiago, ya quisieran otras ciudades contar con unos visitantes tan excelentes en todos los sentidos, que además también dan vida a numerosos municipios pequeños enclavados en los Caminos. Galiza Nova tiene que llevar su lucha a otros parajes. Aquí, la verdad, sus militantes no pintan nada. Y lo único que hacen es molestar.

Beatriz Castro/ Periodista