Un Gran Hermano innecesario en Santiago

Beatriz Castro

CÁMARAS inteligentes para saber quién entra y quién sale, lectores de matrículas, máquinas que controlan los flujos de personas, bolardos con lucecitas... y ahora también drones que sobrevuelan la ciudad con el fin de intensificar la vigilancia. ¿De verdad hace falta poner en marcha semejante movida tecnológica para garantizar la seguridad del casco histórico de Santiago? ¿Por qué hay ese empeño en convertir ciudades amables en una especie de búnker controlado por un sinfín de dispositivos? Nuestros gobernantes sabrán en qué invierten el dinero, pero todo indica que se les ha ido de las manos el intento de transformar la zona vieja en un escenario asfixiante en el que nadie puede dar un paso sin el permiso de los guardianes adictos a Gran Hermano. Casi nadie pone en duda que es necesario controlar los accesos a la zona monumental de vehículos no autorizados, especialmente camiones que reparten mercancías cuando les viene en gana, y que resulta conveniente dedicar unas cuantas cámaras a vigilar los monumentos importantes, pero de ahí a poner en marcha semejante plan de espionaje terrestre y aéreo va un trecho muy largo. Seguramente deberíamos debatir este tema con sentidiño y apostar con claridad por métodos de vigilancia mucho menos intrusivos y posiblemente más eficaces, como son los tradicionales binomios policiales que pasean constantemente por las rúas, llaman la atención a quienes están haciendo algo mal, anotan matrículas, charlan con los vecinos y multan a quienes se pasan las ordenanzas por el forro. Se trata, en suma, de recuperar el espíritu de la policía de barrio, que en una etapa no muy lejana funcionó de maravilla en el casco histórico... hasta que alguien decidió que las máquinas podrían sustituir el factor humano. Pues bien, no es así. Y nunca lo será.

BEATRIZ CASTRO/Periodista