Cancioneros de Huehuetenango (Guatemala), en la Catedral de Tui , por Jonathan Alvarado y Ariel Abramovich

Ramón García Balado

La Catedral de Tui fue anfitriona en el “Early Music of the Americans” neoyorquino, una producción de “GEMAS” del concierto “Huehuetenango Music from an interrumpet Book”, repertorios infrecuentes y rescatados, emitido el pasado día 10, y grabado el día el 20 de mayo, en interpretación del tenor Jonathan Alvarado y el viola Ariel Abramovich, asistidos por un equipo técnico en el que participaban Gus Abreu-grabación de video-; Isaac Palacín- en las mezclas-; Daniel Abalo-diseño de luces y Beatríz Fontán en producción, contando con la coordinación de Samuel Diz, en un trabajo realizado en la Capela románica de San Vicente, de la Catedral de Tui. El tenor Jonathan Alvarado, había descubierto durante su estancia en 2018, ese espacio para la realización del trabajo, cuando presentó el trabajo “Pájaros fujitivos”, en el “Festival Músicas no Claustro” hechizado por los vacíos y la acústica excepcional de la Capilla. Una respuesta a la invitación de la serie de conciertos estadounidenses dedicados a la música antigua de las Américas. Ariel Abramovich, es uno de los intérpretes por excelencia de viola de mano, instrumento profundamente arraigado en los géneros hispanos del XVI.

El programa contribuyó a esa divulgación, repartido en tres bloques, el primero centrado en las músicas litúrgicas para Misas y Oficios: “Virgen Madre de Dios”, “Pleni sunt” (de la Misa Sine Nomine); ”Antífona” (Ad Magnificat: Gloriose Virgins);”Magnificat 8 toni”; “Benedicamus Domino” y “Deo Gratias”. Un segundo grupo que elegiría algunos motetes “Paratum cor meum”, perteneciente a Claudin Sermissy; Pater Noster” o “O bone Jesu”, de Juan de Anchieta para culminar con cuatro villancicos y romances de dominio y conocimiento en las interpretaciones de música antigua, desde el Renacimiento al Barroco: “¿Con qué la lavaré?”- Juan Vasquez-; “Mulier quit ploras, del mismo autor-; “De Antequera sale el moro”, un romance que sigue a “Acorranternum”, de Juan del Encina; “Dame acojida”, copla del Cancioeiro de Belêm y la “Danza de El Parnaso, piezas en ediciones de Jonathan Alvarado, excepto dos de ellas, de Richard O.Garven y Paul Borg. Las tablaturas, fueron realizadas por Ariel Abramovich, excepto “El Parnaso”, perteneciente Daza.

Una combinación que se pretende ecléctica entre piezas de origen guatemalteco con otras de procedencia foránea y con pretensiones diversas, al modo en cómo se alternan en los cancioneros. Para Alvarado, la intención es revelar las líneas invisibles que unen el gusto estético y el universo sonoro de aquella comunidad. La apuesta de “Música no Claustro” es precisamente la difusión del conjunto catedralicio iniciado en 2013, con el registro del proyecto “A Rosa d´Ádina”, realizada por “Cada Canto”, en los Xardins da Catedral y la producción presente, fue impulsada por el “Society- Council of the Americans”, bajo el aval económico de la “Met Life Foundation” y del “New York City Departament of Cultural Affers”. Para el repertorio, primordialmente los cancioneros de Huehuetenango (Guatemala), entre 1568 y 1635, de los que la Indiana University, conserva los fondos, en una colección de 15 tomos y fragmentos musicales de polifonía y canto gregoriano, procedente del Departamento de Huehuetenango. Paralelo al repertorio sacro, aparecen vllancicos ,chansons francesas y madrigales florentniso.

La historiadora Carmen Manso Porto, en cuanto a la Capela románica de San Vicente, defiende que su finalidad estaba vinculada con las músicas que se cantarían diariamente: vísperas o misas por las almas de los Reyes de Castilla y León, Fernando III y su dama Doña Beatriz y por los obispos tudenses, una capilla ubicada en e uno de los espacios más recogidos del templo, que destaca por sus arcos románicos de medio punto y por las columnas con capiteles y basas decoradas que permiten entrever la evolución arquitectónica que vivió el espacio a lo largo del tiempo y hoy en desuso.

Los códices de Huehuetenango, descubiertos en 1963, reflejan el éxito de los misioneros en la enseñanza de la música polifónica europea a los indígenas numerosas composiciones litúrgicas de maestros peninsulares como Alonso de Ávila, Rodrigo Ceballos, Pedro de Escobar, Mateo Flecha, Cristóbal d Morales, Francisco de Peñalosa, y otros fueron copiadas por manos de indígenas junto a obras de maestros francoflamencos como Lyoset Compére, Heinrich Isaac, Josquin del Prez, Jean Mouton, Caudin Sermissy y Philip Verdelot, en varios de los códices. Las enseñanzas del canto llano, está documentada por el “Tratado de Santa Eulalia”, un manuscrito pedagógico musical redactado en lengua náhuatl. El aprendizaje de la música por parte de los indígenas fue favorecido por un lado por su inclinación natural hacia las expresiones sonoras, que formaban parte esencial de su cultura ancestral, y por otro lado por las condiciones externas como la exención de las severas leyes tributarias a todos aquellos indígenas que servían en la iglesia.

Esto condujo más adelante a que el rey Felipe II, ordenara que se limitara el número de jóvenes nativos admitidos para el aprendizaje de la música en las iglesias y monasterios de la ciudad de Santiago. Uno de los músicos indígenas más sobresalientes de finales del siglo XVI, fue Tomás Pascual, maestro de capilla del pueblo de San Juan Ixcoy, quien está representado en los códices con un buen número de composiciones originales. Sus obras, en su mayoría son villancicos a cuatro voces compuestos sobre textos e lenguas indígenas como chuj, jacalteca y kanjobal, así como también sobre letras castellanas. La etapa de esta música colonial, se había cimentado al fundarse la iglesia de Santiago de los Caballeros de Guatemala, en 1533, por frailes dominicos.