Cuando el poder es mujer

Miguel Ángel Tobías

¿TIENE alguien culpa de resbalarse con una piel de plátano y caerse? ¿Tiene alguien culpa de comer algo en mal estado e intoxicarse? ¿Tiene alguien culpa de respirar un virus y enfermarse? ¿Tiene alguien culpa de que le caiga una teja y salir lastimado? Ejemplos infinitos...

Muchas de las desgracias que nos su-ceden en la vida no son culpa de nadie, y NO son evitables! Pero sí hay muchas cosas malas que nos ocurren que son culpa nuestra y que SÍ podríamos evitar, o ayudar al menos a disminuir las posibilidades de que nos sucedan: algunas enfermedades metabólicas, diabetes, hiper-tensión, obesidad, cáncer, enfermeda-
des crónico degenerativas... podrían reducirse muchísimo si nuestros hábitos de vida fueran mejores. No tabaco, no alcohol, no vida sedentaria, no comida basura, reducción del estrés.

Y que sucede con todo ello? Que las administraciones, las autoridades, las sociedades científicas, los medios de comunicación, grupos de interés, y por supuesto parte de la sociedad a título individual, a veces toma cartas en el asunto y se promueven medidas para tratar de reducir esas afecciones, todos esos problemas que sí tienen margen de intervención.

Sigo con el desarrollo de mi tesis, que el lector comprenderá al final. ¿Tiene alguien culpa de nacer hombre o mujer? ¿No, verdad? ¡Nadie tiene culpa de de nacer hombre o mujer! Y todos y todas sabemos que hay grandes diferencias de todo tipo en la anatomía, configuración neurobiológica, hormonas, psicología, emociones, conducta... No hace falta tener un doctorado en Harvard, que es genial tener, para darse cuenta de que hay tantas cosas que nos diferencian, que podríamos jugar a pensar que somos dos especies diferentes, verdad?

Admito la crítica a mi exageración en forma de licencia literaria, pero aclaro que yo solo escribo para personas que tienen la capacidad de trascender a lo obvio como para poder sumergirse en la profundidad de la reflexión y no quedarse en la superficie ni en la licencia. Pues bien, retomando el argumento, si preguntásemos a una muestra millonaria y heterogénea de personas de distinto generó, edad, procedencia, nivel académico, económico, cultural, etc, habría un gran consenso general en algunas de las diferencias que hay entre hombres y mujeres:

Los hombres somos más fuertes, las mujeres más listas, los hombres más impulsivos, las mujeres más reflexivas y analíticas, los hombres más agresivos, las mujeres más pacíficas, los hombres más competitivos, las mujeres más colaborativas. Los hombres más viscerales, las mujeres más emocionales. Los hombres más introvertidos, las mujeres más expresivas. Los hombres más callados, las mujeres más dialogantes. La realidad es que hay muchísimas diferencias.

A saber, según la ciencia, dos hombres entre ellos son idénticos cromosómicamente hablando en un 99,99%, pero entre hombres y mujeres solo somos iguales en un 98,5%. Esto podría parecer poco, pero esta diferencia hace que un hombre y una mujer sean 15 veces más diferentes entre ellos que dos hombres o dos mujeres entre si.

Es más, los hombres y los chimpan-cés masculinos compartimos la misma cantidad de material genético que en-tre hombres y mujeres. Por supuesto que somos más que el material biológico que abarca la anatomía, la neuroanatomía y la neuroquímica. También lo psicológico y la sociabilización configuran nuestras diferencias. Pues bien, yo he empezado hablando sobre las cosas que nos pasan y en las que podemos
o no intervenir, y aunque es evidente que muchas no podemos cambiarlas y por lo tanto no debemos sentirnos culpables, parecería lógico que en lo concerniente a las diferentes características y cualidades de hombres y mujeres deberíamos utilizar esas característi-
cas y cualidades para ponerlas al ser-
vicio de la sociedad y del objetivo de construir un mundo mejor.

El miércoles pasado vivimos el preestreno benéfico en Madrid de mi última serie documental El Camino interior, y tuve el honor de que la ministra de Defensa, Margarita Robles, quisiera acompañarme y dirigir unas palabras de apoyo al proyecto ante las 1.300 personas que asistieron al acto. La ministra Margarita habló, en una situación tan particular como la que hemos vivido con la pandemia y la que estamos viviendo con la invasión de Ucrania, de la necesidad de ser humildes, de ayudarnos unos a otros, de compasión, de solidaridad, de acompañar a moribundos, de coger manos, de afecto, de abrazos, de amor... en un discurso sin papeles, salido del corazón, y que nos emocionó a todos los presentes.

Esa intervención es la me inspiró este artículo de opinión en el que como conclusión quiero decir que estoy seguro de que si todos los ministros de Defensa
fueran ministras, si todos los cargos públicos y de responsabilidad relacionados con situaciones de violencia y con el
cuidado de las personas fuesen muje-
res, este mundo sería un mundo mejor, más pacífico, más humano.

Putin no tiene culpa de haber nacido hombre, ni Hitler, ni tantos otros que
se nos vienen a la cabeza, pero la socie-dad sí tenemos culpa de permitir que estén ahí. La testosterona es muy buena
para construir casas, hacer carreteras,
talar árboles, pero muy mala en las situaciones de conflicto. Conozco a muchos
padres orgullosos de que sus hijos vayan a la guerra, pero a muy pocas madres
que los mandarían.

El día que las mujeres alcancen de verdad unas mayores cotas de poder en todos los gobiernos, en las instituciones académicas, en los medios de comunicación, en los consejos de administración de las empresas... le daremos la vuelta a este mundo que sin duda los hombres “sin tener culpa” hemos llevado a la deriva. ¡Gracias, ministra!