De monjas y militares

Miguel Ángel Tobías

SIETE son los pecados capitales: La soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza. No voy a hablar yo en este artículo de lo que opino de cada uno de ellos, ni en los que con mayor o menor frecuencia caigo, “sin darme cuenta y sin poder evitarlo, claro”, que uno es una persona con principios, a veces como los que comentaba el gran Groucho Marx, y a veces principios sólidos e inamovibles, que también algunos tengo. De lo que quiero hablar hoy es de la contraposición entre la bondad y la hipocresía, que en mi opinión, debería ser considerada otro pecado capital en tanto en cuanto es una característica de la personalidad que oculta una ignorancia y maldad intrínsecas.

La hipocresía es el acto por el que un individuo se comporta o dice cosas de forma contraria a los valores o las palabras sostenidos por el mismo. De tal modo que el hipócrita es aquel que predica en el ejemplo de los demás, que mantiene una posición en público y otra en privado, que no tiene ningún pudor en hacer o decir cosas en contra de sus principios, siempre y cuando le beneficie.

Estoy seguro de que se nos vienen muchos ejemplos a la cabeza, verdad?: Los que criticaban y les parecía mal el matrimonio gay, pero corren a casarse en cuanto se legaliza. Los que estando en contra del aborto, corren a las clínicas abortivas cuando se ven en la situación. Los que... mil ejemplos. Y ahí llegamos a las monjas y a los militares españoles. La Iglesia y las FFAA, dos de las Instituciones probablemente menos comprendidas y víctimas de ese pecado capital que es la hipocresía. Y me refiero a esas personas que, normalmente sin conocimiento alguno de cómo funcionan ni que hacen realmente las critican sin fundamento, hasta que la vida les coloca en posición de tener que necesitarlas.

Se da la paradoja de que, por ejemplo en Cataluña y el País Vasco oficialmente, no quieren saber nada de las FFAA hasta que de repente, hay una catástrofe natural, o una pandemia cualquiera. Entonces se acallan las críticas, los desprecios, los insultos, y aparecen las sonrisas y los aplausos. Terminada la emergencia vuelve el desprecio y el ostracismo. Y hasta la siguiente. Con la Iglesia pasa lo mismo.

Se carga contra la Institución aprovechando las debilidades o las zonas erróneas que toda institución dirigida por personas tiene, pero no dudamos en acudir a ella cada vez que sobrepasados por cualquier circunstancia de la vida mundana, material o espiritual, no encontramos otra solución. ¿ Y saben lo que iguala a estas dos instituciones, lo que convierte a nuestros militares y a las monjas en dignos representantes de la bondad humana y divina? Que su ayuda a otros seres humanos nunca depende de la ideología de estos, de su credo, de su bondad o maldad intrínsecas, de su hipocresía.

Ellos, militares y monjas siempre van a ayudar a todo aquel que puedan, a todo el que se lo pida, a todo el que incluso sin pedirlo, encuentren en su camino y lo necesite. Y eso incluye a todas las personas que no los respetan, que no los valoran, que no los comprenden, que no los quieren. Seguro que en este punto de mi artículo, ya hay gente tratando de encasillarme, de enmarcarme ideológicamente y de colocarme etiquetas, deporte muy español por cierto, pero para no alimentar sus calenturientas mentes ávidas de nuevas víctimas a las que criticar por mor de sus complejos, de su hipocresía, o incluso de su maldad, déjenme decirles que yo no practico ninguna religión, y que cuando me tocó hacer la mili me declaré insumiso porque no quería “perder” un año de mi vida cuando no pensaba dedicarme a ello.

Hoy enviaría a muchos chicos y chicas a hacer la mili por muchas razones pero eso daría para otro artículo. En cualquier caso, ninguna de las dos cosas me impide poner en valor a dos Instituciones volcadas en ayudar a las personas en los momentos de más vulnerabilidad no sólo aquí, sino en aquellas zonas del mundo donde la vida es más difícil por guerras, catástrofes, inestabilidad política, pobreza... Quién no reconoce esto, es solo porque su ignorancia o su hipocresía no se lo permiten.

Yo podría contar mil anécdotas en las que por mi trabajo, en distintos lugares del Planeta y ante distintas circunstancias, misioneros y militares españoles me han ayudado a salir airoso, e incluso a salir vivo en más de una ocasión. Y nunca nadie, me preguntó si era creyente, donde había hecho la mili o que pensaba de ellos, porque entre sus convicciones están claramente las del sacrificio, la abnegación, el compromiso... aliviar el sufrimiento, proteger, ayudar al desarrollo de los pueblos...AYUDAR! Tarea a la que un@s y otr@s entregan sus vidas, en muchos casos literalmente.

En estos días he tenido la oportunidad de conocer una más de esas historias de monjas y militares de las que hablo, al otro lado del mundo. Sor Hortensia es una misionera española de 80 años que lleva 56 en Senegal ayudando a los más necesitados. Ha construido 200 pozos de agua, puesto en marcha un ambulatorio, y desde hace 6 años, tiene una escuela en Sanghe, a hora y media de Dakar, en la que estudian 250 niños y a la que acuden caminando desde poblados “cercanos”. Pero tenían un problema. Necesitaban agua para beber y para regar el pequeño huerto que han creado al lado, para alimentar bien a los niños los dos dias a la semana que comen allí.

En paralelo, España tiene allí una dotación de 70 militares, el destacamento Marfil del Ejército del Aire, que con dos aviones de transporte dan apoyo aéreo a la lucha contra el yihadismo en el Sahel. Sor Hortensia se empeñó en que tenía que haber un pozo, cavó hasta los 70 metros, pero el agua no apareció. Pero la que apareció por allí fue la Ministra de Defensa Margarita Robles de visita a nuestras tropas. Conoció a Sor Hortensia, quién le contó el problema que tenía con el pozo, se buscaron los fondos para el material en el Ministerio, y los brazos los pusieron nuestros militares. Y a 140 metros de profundidad apareció el agua, brotó la posibilidad de regar y alimentar, brotó la esperanza.

Me comentaba el jefe del Destacamento, el Tte Coronel José Gabriel Garriz, que cuando llegó a hacerse cargo de la misión, lo primero que hizo fue ir a ver a Sor Hortensia para ponerse a su servicio, como hacen todos los jefes en sus sucesivos relevos, porque ellos, monjas y militares, carentes de hipocresía y cargados de bondad, Sí se reconocen. Nuestr@s militares, nuestr@s misioneros no hablan ni trabajan para la muerte, lo hacen para la vida, para las vidas que protegen, para las vidas que cuidan... para las vidas que salvan. Pensemos, antes de atacar, a quién merece ser honrado. !Menos hipocresía y más bondad!