Desmemoria e identidad

Firmas
Marcelino Agís Villaverde

“ESTOY perdiendo la memoria, pero por suerte se me olvida que la estoy perdiendo”, le confesó un día Gabriel García Márquez a su hijo Ricardo. En los últimos años de la vida de Gabo (1927-2014) se rumoreó que el premio nobel padecía una recaída del cáncer linfático que le habían diagnosticado en 1999. Solo en 2012, nos enteramos a través de su hermano Jaime que el escritor sufría demencia senil. Los padecimientos finales y el diagnóstico de su enfermedad fueron guardados celosamente. Gracias al libro Gabo y Mercedes: una despedida, publicado por su hijo Ricardo, podemos conocer dichos detalles.

A Gabo no le dolía esta cruel enfermedad, que ataca de forma progresiva a la memoria, por razones sociales o familiares. Dudo que fuese consciente del pacto de silencio que se cernió sobre su mal y, desde luego, consintió los cuidados de su esposa Mercedes Barcha y de su entorno: “Todos me tratan como si fuera un niño. Menos mal que me gusta”.

En el año 2004 escribí un artículo titulado “Ética de la memoria”, en el que traté la cuestión de la memoria y el olvido en Cien años de soledad. Gabo describe el drama de los habitantes de Macondo cuando pierden paulatinamente la memoria a causa de la “enfermedad del sueño”. Los Buendía luchan contra los efectos de la enfermedad con mil triquiñuelas nemotécnicas y tratan de combatir también los prejuicios sociales de la desmemoria, hasta que llega al pueblo Melquíades, con el remedio milagroso.

Nadie podría suponer que muchos años después el propio Gabo, autor de una obra monumental, moriría con la mirada ausente de los desmemoriados. No hubo para él esa pócima de color apacible que devolvió la memoria a los Buendía y lo arrebató la muerte, la única que no olvida.