El barco de Pablo Costas

Mario Clavell

COSTAS es el patrón del pesquero Cobija (1973, 50 metros de manga). Ha regresado a su pueblo, Bueu, después de los once meses que pasó retenido, con barco y tripulación a bordo, en aguas de Yemen. Australia lo acusó a través de interpol de pesca ilegal de merluza negra en sus aguas, y llevaron el barco a aquel misérrimo país en guerra civil desde 2015.

Hago votos para que hayan vuelto a sus casas los treinta y dos marineros que tripulan el Cobija. Y me pregunto por algunos aspectos: ¿Cómo funciona la comunicación a bordo de barco pequeño en una marea que dura años?, ¿conviven sus tripulantes en armonía?, ¿hablan una lengua común?, ¿su cocinero es un masterchef y tiene buenos alimentos?

A bordo del Cobija viajaban marineros de seis países: Indonesia, Namibia, Senegal, Rusia, Perú, y Pablo, el patrón gallego. Más internacional que un equipo de fútbol. La larga derrota del Cobija y las venturas y tribulaciones compartidas por sus tripulantes hace reflexionar sobre la globalización de las relaciones humanas.

A lo dicho únese que el barco iba bajo bandera boliviana –de país sin salida al mar– y que en 2018 fue vendido a un armador de Senegal y adquirió su actual nombre; antes se llamaba Cape Flower y había descargado mercancía en Ecuador, en Myanmar, y en algún buque portacontenedores en alta mar. Y transportaba 220 toneladas de merluza cuando fue apresado.

Nuestra prolija convivencia humana precisa de un Derecho que sea claro además de justo. Y de un Derecho Internacional, incluido el Derecho Marítimo. Flotan acusaciones y mucha indeterminación en el caso Cobija.

En los cabos de este relato y hay trama para novela y thriller. Pero no es ficción la suerte de la merluza pescada y, tanto más relevante, la suerte de Costas y la de sus treinta y dos compañeros de seis países. Siempre tenemos a quien compadecer más lejos de la lectura de esta columna de prensa que aquí termina.