El continuismo de Donald Trump

José Manuel Estévez-Saá

TRAS cuatro años de mandato, el legado de Donald Trump engarza moderadamente con la línea seguida durante las últimas décadas por la Administración estadounidense. Esto ha sido así por dos razones principales. Primero, porque el equilibrio de poderes siempre termina imponiéndose en un país en el que su pequeña pero poderosa Constitución marca las reglas ineludibles del juego democrático. Y, segundo, porque el pragmatismo y el realismo estadounidenses, tanto en materia interior como en política exterior, afortunadamente hacen que demócratas y republicanos giren al centro a la hora de gobernar y legislar. Quizá por ello, y pese al interés por desfigurar la imagen de EE. UU. de tantos medios de comunicación de dentro y fuera del país, el legado de Trump responde a una línea continuista con respecto incluso a la época de Obama.

El número de inmigrantes deportados es un buen ejemplo. Sólo atendiendo a los datos aportados por el Departamento de Seguridad Nacional de EE. UU., y por el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas, el número de deportados bajo la Administración Trump entre 2017 y 2019, ambos años incluidos, constituyen casi 200.000 menos que los expulsados por Obama entre 2014 y 2016. Quizá por ello los servicios diplomáticos estadounidenses se sorprendan ante muchos de los ataques vertidos desde España. Incluso se cuestiona desde aquí la elección legal y constitucional de la profesora universitaria Amy Coney Barrett como jueza del Tribunal Supremo en sustitución de mi admiradísima Ruth Bader Ginsburg, cuando en España se pretende burlar (ante el enfado de Bruselas) los preceptos de nuestra Carta Magna para renovar el CGPJ.

Sea como fuere, lo cierto es que Trump apenas ha variado el devenir de la cuna que mece el mundo. El trumponomics logró rebajar el desempleo antes de la pandemia al 3,5 % (el más bajo en 50 años, incluyendo a minorías y hasta a personas con discapacidad); e incluso ahora está en torno al 8 % (16,3 % en España). La deuda estadounidense apenas ha crecido; el déficit sólo se ha disparado en 2020 y ha sido debido al SARS-CoV-2; la relocalización de las empresas es un hecho constatado; el crecimiento del PIB se ha mantenido y sólo ha descendido en 2020 bajo la crisis sanitaria; y los salarios, aunque poco, han subido.

Wall Street no ha dejado de cotizar al alza; y el paquete de estímulos fiscales y de inversión aprobado con el plácet del Congreso es superior al propuesto por el propio Joe Biden para enfrentarse a la pandemia. Es cierto que ni el sector industrial ni el centrado en la minería y el carbón han logrado salir del abismo en el que se encuentran desde hace ya décadas. Pero éste sigue siendo un tema pendiente y estructural tanto para demócratas como para republicanos.