El dolor de los más indefensos

Firmas
Ana M. Longo

Tras 19 años vuelve a escucharse un grito en mayúsculas que no deja indiferente a nadie. El inolvidable “No a la guerra” que surgió tras la invasión a Irak por parte de Estados Unidos en 2003, vuelve a resonar lamentablemente entre nosotros.

Escuchar la palabra GUERRA estremece al mundo porque ya de antemano anticipa algo que se marchitará para siempre. Ese solo concepto vislumbra la total carencia de sentido y PAZ.

Como padres intentamos educar a nuestros hijos en la no violencia, en el perdón, la generosidad y la compasión. Y de otro lado, el ejemplo de algunos adultos, es en este caso, el de aleccionar a otros que les siguen (manteniéndose ellos en la sombra) para que ejecuten sus órdenes de destrucción, sus “caprichos”, sus “sinsentidos” para alcanzar una desdicha generalizada y permanente.

Estamos siendo testigos de una violencia descarnada, una contienda cruenta hacia los seres humanos y sus anhelos, sin entender de sexo, género, clase social o religión.

Tras haber pasado una inesperada crisis socio-sanitaria con el coronavirus, una larga etapa que nos ha minado emocional y psicológicamente, continúa sin llegar la calma y los más indefensos siguen sin poder respirar; la tregua no llega.

La población en un elevado porcentaje se posiciona y en el caos de la ofensiva de Rusia a Ucrania pueden verse gestos y movimientos en redes sociales, algunos a pie de calle, donde se pide el alto al fuego de las tropas rusas bajo el execrable mandato de Vladimir Putin.

En Rusia han censurado cualquier tipo de rechazo público a la actuación militar hacia el territorio a orillas del mar Negro. No obstante, resulta conmovedor ver como muchas personas, ciudadanos rusos, muchos anónimos, se saltan esta norma y se las ingenian mediante bordados o pinturas, sin palabras, expresar un No a la guerra en ruso.

En efecto, la batalla destruye, empobrece, aflige, hiere, mata, destierra y obliga.

El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) lo deja muy claro y alerta que la mitad de los desplazados a causa del conflicto bélico son niños; unos 7,5 millones de niños que habitan en Ucrania no están a salvo. Ellos están siendo atacados y traumatizados en escenas que jamás deberían presenciar, cuanto menos sufrir en primera persona.

Sombras y estruendos; negro entre flashes por los disparos. No existe justificación que valga frente a la barbarie de unos pocos con el ataque a vidas humanas (niños, mujeres, padres, personas mayores...). Los niños callan, no hay risas, ni juegos, tan solo terror.

Se rompen vidas a cada segundo, hogares, familias y esperanzas. Se coarta la libertad, todo derecho humano y se secciona el alma en dos cuando asoma la impotencia.

No existe futuro para ellos, solamente un adiós en forma de carta, un dibujo, un abrazo, un beso o una caricia. Quizás sin perder del todo la fe, quepa un “hasta luego”.

Las noches se tornan eternas en ese gran país envidiado por sus montañas boscosas. La inseguridad, inquietud y desesperación hacen que algunas voces clamen por la libertad y la justicia con sus cuerpos como escudos humanos frente a los tanques y entre las detonaciones. Tras eso silencio y llantos.

Pero, entre todo esto, perdura y no se debilita el sentimiento de patria, el afán de no abandonar y apostar por un pueblo, por una respuesta o solución y porque todo cese y no se cobre las vidas de más inocentes.

La vida no se trata de esto. Los padres hablamos con nuestros hijos, los preparamos para salir a existir y no podemos pretender que todo va bien. Es un desacierto decir que no duele porque no nos pasa a nosotros. Ser un mero espectador no sirve de nada y no estamos donde estamos para no involucrarnos.

La voz es un arma poderosa; los textos lo son también. Las armas pueden destrozar edificios, cuerpos y en general, vidas. Aunque las palabras pueden atravesar corazones, probablemente no los de todos. Pero, sí los de aquellos que no tienen pólvora en sus manos y en su interior.

Probablemente la humanidad se valga de sentimientos de bondad y se logre el cambio. Por lo tanto, sirve con decir a nuestros niños que el odio no trae más que odio.

Miriam Recio, psicóloga y directora del Centro Psicoedúcate, revela a sus pacientes que, en la lucha de dos por ganar, no hay vencedores. “La violencia tan solo es eso. La lucha genera distancia, no pactos. En la guerra que está activa en estos momentos todos pierden y mucho. Los que más pierden indudablemente son los civiles más desamparados, tantas familias que se acuestan sin saber qué sucederá el día siguiente. ¿Podemos creer que los asesinatos arreglan algo?”, conviene la experta.

Parafraseando a Henry Miller, escritor: “cada guerra es una destrucción del espíritu humano”.