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Firmas
Marcelino Agís Villaverde

HE RECIBIDO con tristeza la noticia de que el Rey Juan Carlos abandonó España. Pertenezco a una generación que vio nacer la democracia de la mano de la monarquía parlamentaria y la figura del Rey Juan Carlos fue para mí un símbolo de estabilidad, progreso y libertad. Don Juan Carlos llegó anunciando que sería el Rey de todos los españoles y no defraudó.

Diseñó y puso en marcha los resortes políticos para que España se convirtiese en una democracia europea, pilotando una transición que figura en los manuales de filosofía e historia política contemporánea. No estuvo solo, ciertamente, pero a él le tocó elegir a las personas que, como Adolfo Suárez, soñaron un futuro distinto para España.

Su espíritu de diálogo para lograr grandes consensos y su capacidad de integrar a los diferentes en un proyecto común llamado España es algo que hoy, quizás más que nunca, vuelve a ser una necesidad imperiosa y urgente.

Si tuviese que citar uno de sus mejores logros, posteriores a la transición, destacaría haber preparado a su hijo Felipe para convertirse en un Rey y jefe de Estado modélico. Su serenidad ante las dificultades, su valentía para decir las cosas cuando había que decirlas, la solidez de sus principios, dan estabilidad a una España que sigue buscándose a sí misma.

Me duele que estos y otros logros de don Juan Carlos puedan quedar empañados por este final incierto que comienza tras su salida de España. Estoy seguro de que pasará a la historia más por sus éxitos en la gobernanza de España que por sus errores y fracasos. Nadie es perfecto ni está libre de pecado y los que ahora le juzgan con dureza, acaso para corroer los principios de la monarquía, también serán juzgados. Nadie lo dude.