Frutos del ayuno agradable a Dios

Firmas
José Fernández Lago

EL HOMBRE abandonado a sus fuerzas naturales considera que un procedimiento tradicional o que puede resultar costoso ha de agradar a Dios. Sin embargo, esa práctica puede no satisfacer al Todopoderoso, en especial si intentamos compaginarla con otras actitudes que el Señor reprueba. Por eso, una vez más, la luz de la palabra divina es clarificadora.

La 1ª lectura de la Misa de esta tarde y de mañana es la segunda parte del discurso de Isaías sobre los ayunos que quiere el Señor. Después de haber manifestado que al Señor no le complace el que, mientras se ayune, se comporte el que ayuna como poco considerado con los hermanos, dice ahora que los ayunos que el Señor quiere son el compartir el pan con el hambriento y el acoger al pobre sin abrigo, y el no buscar los placeres de la carne. Si uno hace así, entonces brotará su luz como la aurora, y todo su ser resplandecerá paz y gozo en el Señor; clamará a Dios, y Dios le responderá.

San Pablo manifiesta a los cristianos de Corinto que, cuando fue a predicarles la Buena Noticia, no lo hizo apoyado en la sabiduría humana, pues él no se preció entre ellos de conocer otra cosa que a Cristo, y este crucificado. Su predicación no radicaba en la sabiduría terrena, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, de modo que la fe que ellos profesan no radique en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Entre las enseñanzas de Jesús en el Sermón de la Montaña, recoge San Mateo las imágenes de la sal y de la luz. El cristiano, si no es sal de la tierra, no sirve para nada. Otro tanto se dice respecto de la luz: ha de iluminar a los demás con la luz de Cristo, dando así testimonio del Señor. La luz del cristiano, recibida de Cristo, ha de ser tal que los hombres, al ver su modo de comportarse, den gloria al Padre celestial.