Galicia, ayuntamientos y rebrotes

Firmas
José Manuel Estévez-Saá

LOS rebrotes en las comarcas de A Barbanza y A Mariña suponen ya dos avisos a tener muy en cuenta por las autoridades autonómicas, los regidores municipales, los empresarios, y la población gallega en general. Estos toques de atención suponen, como sabemos, que el virus sigue amenazando y rondando a todas las comunidades, independientemente de su mejor o peor situación sanitaria. Superado el estado de alarma a nivel nacional, el control de la pandemia está ahora, en primera instancia, en manos de los gobiernos de las comunidades autónomas, por lo que habrán de hilar muy fino en las medidas que tomen por el bien de la salud de sus ciudadanos y la economía de sus regiones.

El presidente de la Xunta de Galicia ha declarado que no le temblará el pulso a la hora de tomar medidas preventivas, y ha decretado un estricto y generalizado uso de mascarillas, lo cual no sólo nos parece bien, sino que incluso le pediríamos que velase por el estricto cumplimiento de la normativa. Pues bien, los ayuntamientos gallegos también deben asumir su responsabilidad.

Causa tristeza ver en los noticieros nacionales los nombres de comarcas y villas gallegas por causa de los rebrotes. Galicia era, y esperamos que siga siendo, un destino turístico asociado a bellos paisajes, buena comida y una sociedad acogedora y solidaria. Es decir, una tierra atrayente para los turistas nacionales y extranjeros, y un aliciente para la economía del país. Hasta ahora, cuando llegaba la época estival, el nombre de muchos pueblos y ayuntamientos costeros saltaba a los medios por las banderas azules de sus arenales, por la variada oferta gastronómica de sus municipios, o debido la singularidad de sus paisajes de costa e interior.

Los ediles de los distintos municipios tienen en sus manos la difícil tarea de conseguir que esa imagen no se vea empañada por la covid-19, y deberán poner cuantos recursos estén a su alcance para asegurar el bienestar y la salud de turistas y lugareños. Sin ser ésta una tarea fácil, la complejidad de la misma no es óbice para la dejadez.

No parece tan difícil evitar aglomeraciones, controlar aforos, velar por el cumplimiento de las distancias de seguridad, o penalizar a quienes no porten sus preceptivas mascarillas. Y a nadie puede parecerle mal si un policía, un socorrista, o el personal del ayuntamiento alerta o penaliza determinadas actitudes. También los propietarios de tiendas, restaurantes, bares u otros locales de ocio deben pensar a largo plazo, y evitar primar la ganancia de un día frente a las posibles pérdidas de toda una temporada. Actitudes permisivas puntuales pueden conllevar el irreparable desprestigio e incluso cierre de sus negocios.

Eso sí, se trata de una responsabilidad compartida, y cada ciudadano ha de hacer un ejercicio de solidaridad por su propia salud y la de quienes le rodean, así como estar dispuesto a ser sancionado si en algún momento el egoísmo humano prevalece sobre el bien comunitario.