Jarabe democrático

Firmas
José Manuel Estévez-Saá

NO parece éste el mejor momento para las manifestaciones, debido a las delicadas circunstancias que estamos viviendo a nivel sanitario. Pero tampoco es época de silenciar, y menos aún de encolerizar a un país medio confinado y angustiado por su salud y su economía. Las protestas, en realidad, se remontan a marzo, cuando quienes ahora se ofenden por las críticas al Gobierno, respaldaron las caceroladas contra el Rey y la Monarquía en pleno pico de la pandemia. Con todo, las denuncias, manifestaciones, escraches y caceroladas que están teniendo lugar en muchos lugares de España han de interpretarse correctamente.

No vale decir que provienen únicamente de un grupo social, ofender a los manifestantes, o tildarlos de títeres al servicio de partidos políticos. Con eso sólo se conseguirá aumentar la rabia y fomentar la contestación. Más oportuno sería que nuestros gobernantes escuchasen a la población, reconociesen su derecho a expresarse, y se centraran en transmitir mensajes de calma, y recomendaciones claras y diáfanas sobre cómo mostrar la contrariedad sin poner en peligro la salud. Al igual que hemos asumido fórmulas alternativas de trabajo, formación y expresión de nuestros afectos, también podríamos repensar nuestros modos de protesta y reivindicación si no hubiese censura.

Tenemos demasiado cerca la desgraciada lección del 8-M, y hemos de ser coherentes, pues si entonces nos pareció una gran imprudencia autorizar o participar en dicho acto multitudinario a sabiendas de las recomendaciones ya existentes en contra de reuniones masivas, no estamos ahora en mejores circunstancias, por mucho que el ritmo de contagios haya disminuido. Eso sí; poco ayudan las acciones de ciertos políticos destinadas a criticar y manipular los medios de comunicación, o a silenciar a la población. Hablo de representantes públicos que en su día consideraron prácticas lesivas como los escraches, un ejemplo de “jarabe democrático”. Tampoco beneficia verlos incrementar sus asesores en plena crisis, o despreciar sectores como el turístico o el hostelero.

Si en el propio Gobierno vemos disensiones todas las semanas, incluso en temas tan trascendentales como la Reforma Laboral, si nuestros políticos se abroncan en el Parlamento en un momento en el que se necesitaría unidad de acción y decisión, si no hay transparencia siquiera en cuestiones de desescalada e información sanitaria, ¿cómo pretenden que la población permanezca confinada, obediente y silenciosa, si hasta la sanidad y la economía se convierten en armas arrojadizas entre ellos? Mientras no se cambie de actitud, empezando por quienes deberían dar ejemplo, sólo nos queda pedir a nuestros gobernantes instrucciones claras que faciliten una libertad de expresión segura; y a los manifestantes, prudencia y solidaridad para no perjudicar ni su salud ni la de sus vecinos.