churras y merinas

Firmas
Juan Salgado

LA confluencia de dos circunstancias distintas entre sí –Jacobeo y Xacobeo– confluyendo al mismo tiempo –verano– y en el mismo lugar –Santiago de Compostela– ha despertado las primeras críticas de entidad sobre la continuada torre de babel en que se convierte la capital de Galicia en épocas veraniegas, propiciando entre la vecindad un creciente sentimiento de turismofobia. Nada, empero, que no fuera previsible o que se descubra como inédito a la vista de la política turística y hospitalaria que en los últimos lustros vienen desarrollando tanto la Xunta como el Concello compostelano.

Que ese sentimiento aflorara de modo tan inusual, por corporativo, como publicitado en numerosos medios de comunicación de alcance nacional coincidiendo con la peregrinación de los jóvenes europeos a la Basílica del Apóstol ofrece más de una vertiente en la que, como recomienda el viejo refrán, no es conveniente mezclar churras con merinas y, cabría añadir aún, con la constatada presencia de algún que otro bóvido.

Puede que, en efecto, la confluencia en unos mismos días de tan cuantiosa presencia juvenil –nada equiparable al medio millón de jóvenes congregados en el Monte do Gozo con Juan Pablo II en la segunda de sus visitas a Compostela en 1989- acentuase las incomodidades de semanas de masiva presencia de visitantes en Compostela. Por decirlo en otras palabras, esas jornadas de la juventud no serían más que la última gota –pero gota al fin y al cabo– del colmado vaso de incomodidades.

Tema distinto es cargar en organización y jóvenes el sambenito de comportamientos maleducados, agresivos o de grave alteración de la convivencia por su número y cánticos, cuando todos los vídeos que pululan por las redes –con más inquina que servicio a la verdad– no hacen sino mostrar a entusiasmados jóvenes en tránsito por las calles camino de un destino prefijado y a salvo de toda alteración de orden público. Molestias, sí, pero tan irrisorias y transitorias que hubiera podido corregir un más diligente servicio de policía municipal orientando y dirigiendo las comitivas y, de ser preciso, moderando la natural y espontánea euforia juvenil, bien distinta de la que, esta sí, altera las noches de la ciudad cada miércoles y jueves. Que estas expresiones de rechazo se hagan coincidir sobre uno de los grupos que más enlaza con la tradición y genuino sentir de lo Jacobeo en su expresión católica no sorprende en los medios de comunicación de claras fobias religiosas. Pero sí asombra que asociaciones vecinales de esa ciudad nacida a la sombra de un sepulcro no pongan pie en pared para distinguir, como se apuntaba, churras de merinas. De los terceros, de esos tuits rezumando odio y torticera manipulación, bóvidos al fin y al cabo, mejor el silencio.

Lo publicado, más que acontecido, sobre Compostela en estos últimos días aboca a un debate perentorio en el tiempo y que habrá que abordar con rigor y con determinación a la hora de fijar políticas concretas. Cargarlo sobre los jóvenes católicos es, además de mala fe, ignorancia supina.