La bofetada

Modesto Gómez

LA violencia nunca es la solución. Nada justifica una agresión. Es más. En las situaciones más tensas es donde la templanza, la compostura y el saber estar acaban por definir y bosquejar la verdadera naturaleza del ser humano. Lo dice alguien que siempre ha creído en la fuerza de la palabra y en la importancia que las formas tienen para preservar el valor de los buenos fondos.

Will Smith se equivocó. Y lo que iba a ser uno de los mejores momentos de su vida, de repente se convirtió en una de sus peores pesadillas. Se equivocó porque una agresión física nunca es la solución para nada. Se equivocó porque un escenario de un teatro no es un ring en el que ajustar cuentas. Se equivocó porque en una de las actuaciones más importantes de su vida nos dejó a todos boquiabiertos. Y de pasar a ser un espejo en el que mirarnos e invitar a mirarse a otros, acabó por convertir su día de gloria en un pesado telón en el que nadie se quiere mirar.

No voy a entrar, porque creo que es asunto de otro debate, en si adoptó una postura caballeresca más propia de otros tiempos que pudiera tildarse de machismo. No voy a entrar en si debieran quitarle el premio o si nada tiene que ver.

Los juicios de valor se multiplican por todas partes. Y el que hasta anteayer era modelo a imitar, hoy es persona non grata a la que hay que repudiar. Así de injusta o justa es la vida. Cada uno que lo valore como crea. Pero me gustaría que observásemos la secuencia completa, no vaya ser que nos perdamos buena parte del argumento.

Acción-reacción-repercusión. Ya lo cantaba Macaco. Chris Rock agrede verbalmente. Will Smith reacciona físicamente. Y, repercusión, la opinión pública juzga. La pregunta es: ¿por qué nos escandalizamos todos, esta vez, con la bofetada y obviamos, por no decir defendemos, la agresión verbal? ¿Hasta dónde lo que unos llaman chiste tiene que hacernos gracia al resto y ser interpretado como una broma? ¿Por qué debemos entender como humor el mofarse de la enfermedad de alguien? Es más: ¿estaríamos hablando de lo mismo si el sarcasmo, en vez de dirigirse a una alopecia, hubiera cargado contra otra dolencia o colectivo? A mí, sin quitarle ni un ápice de importancia a la mala conducta de Smith, me da que pensar.

En ocasiones como esta recuerdo un viejo proverbio indú que dice: “Cuando señales con un dedo recuerda que otros tres te están señalando a ti”. Y pienso: ¡Qué fácil es juzgar y qué sencillo es a veces dirigir los juicios!