La caza

Firmas
Xosé A. Perozo

HAY que volver a sintonizar todos los canales de televisión. Yo no lo sabía y me hice un lío morrocotudo. En ese rato que dedico a la tele después de comer, tomé el mando, me fui a mi canal preferido, no estaba, me pasé a los canales de pago, unas cartelas me avisaron del cambio, volví a las sintonías tradicionales y comenzó el desfile de violencias. Donde no había publicidad reinaban los tiros, explosiones y más muertes que en La venganza de don Mendo, astracanada teatral en la que cae hasta el apuntador.

Todas las cadenas, incluida la del Real Madrid, daban películas en las que malos y buenos se mataban sin más razón aparente que sobrevivir a la violencia generada por ellos mismos. En una de Tom Cruise y Cameron Díaz vi un encierro de San Fermín en Sevilla, con el único objetivo de que los toros bravos hicieran saltar por los aires a unos tópicos mafiosos en un ambiente refinado. Creo que perseguían una pila eléctrica. Presencié más asesinatos en diez minutos de los sucedidos en la toma de Numancia por los romanos.

Hace un montón de años empecé a predicar contra esta violencia gratuita, presuponiendo que íbamos a sementar una peligrosa sociedad agresiva. Ya estamos en ella y existe un público inmenso adicto a semejante droga, especialmente entre la juventud, que la considera de uso normal. Tan aceptada que en los próximas semanas se estrena una producción titulada La caza en la que la línea argumental lleva a los protagonistas a cazar seres humanos desfavorecidos, esto es, mendigos, desclasados, carentes de hábitat... No matan, como en otras habituales, para defenderse o sobrevivir. No. En esta ejecutan como en una selección nazi de limpieza de la especie humana.

La peli tiene precedentes en la historia del cine. El tema no es nuevo pero siempre quedó circunscrito a un puñado de copias y a la intimidad de las salas de proyección. Esta nueva, tenga éxito de público o no, la veremos entrar en todos los hogares del mundo alimentando la semilla de una violencia no solo gratuita, sino también ideológica. Un paso más hacia la muerte del apuntador.