La hora de los niños

Pilar Cernuda

ESPAÑA va capeando el temporal del ómicron con mejor fortuna que otros países europeos, aunque hay regiones y provincias con unos índices de afectados preocupantes, que es necesario controlar con medidas contundentes. Sin embargo hay que reconocer que después de unos inicios patéticos en la gestión de la pandemia, finalmente el equipo de Sánchez, y sobre todo los gobiernos autonómicos que dieron el do de pecho cuando el Gobierno decidió transferirles las responsabilidades que Moncloa prefería no asumir, han trabajado bien para aliviar las consecuencias dramáticas de la pandemia.

Llega la hora de los niños, de vacunar a los comprendidos entre los 5 y los 12 años. Más preocupados los padres que los hijos, es seguro que el proceso se va a desarrollar de forma ejemplar en lo que concierne a la reacción de los críos.

Los profesores han dado testimonio de cómo sus alumnos han aceptado las normas restrictivas, la mascarilla incluso en el recreo, la distancia de seguridad, la creación de grupos cerrados para cortocircuitar las posibilidades de contagio. Han asumido cuarentenas cuando un compañero daba positivo, apenas han protestado cuando fueron obligados a confinarse en casa y aceptado la disciplina de horarios que se les imponía desde el colegio para conectar por videoconferencia con sus profesores y hacer los deberes.

No hay español que no haya sentido orgullo, y ternura, al pasar por delante de un colegio en horas de entrada y salida en los días más duros de la pandemia, y observado de qué manera los niños seguían al pie de la letra las indicaciones sobre cómo organizar las filas, incorporarse gradualmente a las aulas y resignarse a no compartir juegos con sus mejores amigos porque no pertenecían a su misma burbuja.

Saben que de su actitud depende no enfermar, y también no transmitir el virus a los demás. Se puede apostar que serán muy pocos los niños que pondrán resistencia a acudir al centro de salud para vacunarse. Y si la ponen será por miedo al pinchazo, no porque hagan suya una posición negacionista, propia de mayores irresponsables, que tantas víctimas ha provocado y seguirá provocando si hay reticencias judiciales para imponer la obligatoriedad.

Es la hora de los niños, y no van a defraudar.