La “Joven de la OSG”, dirigida por J. Miguel Pérez Sierra, en el Teatro Colón

Ramón García Balado

Concierto de la “Joven de la OSG” para comenzar nueva andadura, y bajo la dirección de J.M.Pérez Sierra, en el Teatro Colón-20´00 h.-, para un programa asequible por las obras en cartel, el “Danzón nº 2”, de Arturo Márquez, las “Bachianas brasileiras nº 8”, de Heitor Villa-Lobos y la “Sinfonía nº 9, en Mi m. (Del Nuevo Mundo)”, de Antonin Dvorak, fundamental en su repertorio por los argumentos que la sostienen y la más divulgada de su catálogo. J.Miguel Pérez Sierra, un director con profundo arraigo en lo relativo a su relación con esta formación, fue pronto apreciado en sus años de formación con Gabrielle Ferro, en el Teatro San Carlo, de Nápoles, con Gianluigi Galmetti, en la Accademia Chigiana de Siena, y con Colin Metters, en la Royal Accademy, de Londres. Importancia a tener en cuenta, será su relación establecida con el añorado maestro Alberto Zedda, clave en su trayectoria entre 2004/9, y que tendrá continuidad en años sucesivos. La afinidad mantenida con la “OSG”, comenzó en 2005, mientras confirmaba una carrera profesional consolidada, repartida en protagonismos con primeras formaciones de nuestro país, y frecuentes apariciones en certámenes internacionales, entre los que destaca en “Festival Rossini” de Pesaro, en producciones señeras del “Cisne de Pesaro”.

Entusiasta irrenunciable, se la pudo seguir a lo largo de años tomando la titularidad de óperas rossinianas como “Il Viaggio a Reims”, un título que dejó memoria en las primeras propuestas del “Festival Mozart”, en años boyantes, “La Scala di Seta”, dirigida en el Palau de les Arts de Valencia y otros trabajos llevados a cabo en el Teatre del Liceu, de Barcelona o en el Teatro Gayarre. Recordaremos también galas líricas, en las que tuvo el honor de compartir programas con Mariella Devia o Marianna Pizzolatto. La ópera, además de los conciertos sinfónicos, está entre sus preferencias, ocupando un grado de mayor rango, con títulos como “Il Trittico”, pucciniano, en la Opéra Théâtre, de Metz; el “Falstaff”, de Verdi, precisamente para el Teatro Verdi, de Trieste; “La Bohéme”, dentro de las temporadas de Reims, y en especial, por su importancia, títulos rossinianos llevados a registro fonográfico para el sello “Naxos”, “Riccardo e Zoraida”, “Aureliano in Palmira” o “Matilde di Shabran”.

Heitor Villa-Lobos, en las testimoniales “Bachianas brasileiras” en esencia un conjunto de nueve suites plagadas de referencias a tradiciones ancestrales, pasadas por el tamiz del compositor y que paso a paso, cobraron forma entre 1930 y 1945, en un sentido homenaje a Johann Sebastian Bach. La mayor parte de los movimientos de las suites, llevan precisamente títulos sugestivos de una concepción barroca, como “Preludio”, “Aria”, o “Fantasía”, y un subtítulo subjetivo de un tipo de música popular brasileña, “chôro”, “embolada” o “modinha”. Primordialmente, ese dualismo de los llamados elementos clásicos o barrocos y nacionalistas, será perceptible con suerte en los resultados, a lo largo de tan significativas composiciones, de ahí su inmediata y permanente aceptación tanto por el público aficionado como por los propios intérpretes, que ven reflejadas las preferencias estéticas que les ubican dentro de esas raíces. Todas las suites, constan de dos movimientos (las números 5, 6 y 9); tres movimientos en la primera de las suites o cuatro que se ofrecen en las restantes, concretamente las números 2, 3, 4, 7 y 8.

Los diversos medios musicales elegidos, reflejan la naturaleza lograda de esos materiales, por encima de un imaginable intento de reproducir conjuntos que fueron comunes durante el período del barroco. Por lo mismo, Heitor Villa-Lobos, siguió la práctica barroca de acomodarse sin condicionantes, a los medios de los que disponía. Si se las comparaba con los “Chôros”, estas “bachianas brasileiras”, reflejaban con acierto un vocabulario armónico mucho más tradicional y tonalmente orientado. El posible empleo de instrumentos aborígenes, no está presente en ellas. Las cinco primeras, resultaban más exuberantes y clásicas en cuanto a la forma, mientras que las restantes, están ligadas al nuevo lenguaje personal, trabajado por el autor durante años en ese esfuerzo por mostrar el alma brasileña.

Arturo Márquez en obra emblemática, el “danzón nº 5”, una pieza que refleja el despliegue de las raíces mejicanas y que tendrán confirmación profesional tras los años de estudio en el Conservatorio Nacional de Música, en Sonora (Méjico), autor de confluencias estéticas, había probado con beneficio la etapa a finales de los sesenta, oficiando entonces como director de la Banda Municipal de Navojoa. A la altura de mediados de los setenta, se incorporó al Taller de Composición del Instituto Nacional de Bellas (INBA), en donde fue alumno de Héctor Quintanar, Joaquín Gutiérrez Heras, Federico Ibarra, y en otros ámbitos experimentales, del ingeniero Raúl Pavón, uno de los adalides de la vanguardia en su país, una etapa que estimulará su interés en trasladarse a Europa, concretamente a París, en 1980, en donde ampliará conocimientos con Jacques Casterede, en materias de composición, orquestación y análisis musical, compaginando labores con Ivo Malic. La vuelta a Méjico, supondrá la importancia de su personalidad creativa, tras seguir estudios con Mortton Subotnick, Lucky Mosko, Mel Powell o William Kraft y su espacio creativo abarca diversos géneros, entre lo que aparecen piezas de inspiración popular, como la que se ofrece en programa.

Universal es la “Sinfonía nº 9, en Mi m. (Del Nuevo Mundo)”, de Antonin Dvorak, estrenada en Nueva York, en el mítico Carnegie Hall, a finales de 1893, bajo la dirección de Anton Seidl, y con una absoluta aceptación que se mantendrá hasta nuestros días. De sus cuatro tiempos de impecable factura, el principal recuerdo quedará reflejado en el “Largo”, el más alabado por los aficionados en general, por lo que muestra de típicamente americano y que en principio había gozado de un título distinto, sobre una clara inspiración en la poética de Longfellow, “Canto de Hiawatha”, una tentación larvada desde los orígenes de la composición de la sinfonía. Fundamental será la melodía expuesta por el corno inglés, por el talante melancólico de origen irlandés y que andando el tiempo, se popularizará en la tonada “Going home”. Para mayor gloria, el “Allegro con fuoco”, final, en una obra que muestra la perfecta asimilación de las procedencias eslavas, con las asimlidas de inspiración americana.