Las demasías humanas

Firmas
José Rodríguez

ES connatural al hombre, en su existencia, a partir de aquel fatídico desbarre que nos cuenta el texto bíblico, donde la ambición de la soberbia hizo causa común con la avaricia y, en fatal connivencia con la envidia, el mal y la mentira, nos trajo, todo junto, el descontento en la eviterna condición humana. En la cómoda existencia de la totalidad del bien y su disfrute se instauró el mal, con el trabajo sudoroso de la frente para ganar el pan, nunca abundante para todos. En aquel primigenio paraíso, había, solamente, un árbol pernicioso y prohibido.

En el paraíso ideado por los hombres son muchos más los que crecen con la savia del mal y se secan tristemente y no dan fruto. Las que, antaño, eran promesas de sueños y alegría hoy son quimeras, humo, polvo y nada entre dos platos. El hombre se desgañita, gritando sus dolores y fracasos, y sigue y prosigue en la búsqueda del bien que confunde, a veces, con sus vicios y, a la hora en que logra poner en valor sus presupuestos, se percata de la efímera condición del disfrute de los mismos. Pero sigue buscando y hace honor a la letra de la célebre canción de grupo Consorcio Todos queremos más.

Es muy de considerar el estado depresivo que aflige a tantos y tanto millonarios, al borde del suicidio, víctimas de la locura que produce la insatisfacción, el desengaño y el vicio. La posesión de riqueza requiere el contrafuerte de la honestidad, la acción solidaria del reparto con el otro que no tiene nada o tiene menos.

Hay numerosos ricos que viven amargados porque su demasía no les deja gustar la miel que endulza la vida del munífico. Es gratificante hacer el bien y vivir de la abundancia, con mesura, y conscientes de que no hay cosa más escurridiza que el dinero que se gasta o se desgasta y tiene, con frecuencia, inesperada despedida. No hay pobreza ni riqueza que deben ser consideradas como consustanciales al hombre. Ambas situaciones sociales son efecto versátil de la condición humana. Lo que hay es mal reparto.

Las demasías de unos no dejan, muchas veces, opción para los otros. No es preciso, para vivir con holgura, tener una vivienda habitual y otra en la playa, veinte trajes, dos coches, una buena colección de joyas, formar parte de alta sociedad si, para ello, tienen que trabajar marido y mujer, y no disponen de tiempo para verse o para estar con los hijos. Esta es una demasía. Hay otras muchas que no tienen cabida en el relato. La tendrán, en su día.