Reseña Musical

“Le Voix Humaine” de F.Poulenc, con previo de Luís Gago

Ramón García Balado

Monodrama de Francis Poulenc, “Le Voix Humaine” de Francis Poulenc en el Auditorio de Galicia- 20´30 h.-, en la que la soprano Nicola Beller Carbone será la sufrida solista de este breve monodrama, en el que estará acompañada por el pianista Juan Pérez Florestán y el actor en la sombra Luís Tausía, bajo la dirección artística de Rafael R.Villalobos, añadiendo la dramaturgia, el espacio escénico y en vestuario. Una coproducción del propio Auditorio de Galicia, compartida con “Amigos de la Ópera de Santiago”. Vuelve Luís Gago para la sesión “Conversando con...”- 19´00 h.-, como y había hecho en la cita de “Poemas e cancións”, del tenor Maximilian Schmitt y en la dedicada a J.Brahms sobre “Die schöne Magelone”, en el tratamiento de la mezzo Graziela Valceva- Fierro y del actor Antonio Mourelos.

“Le Voix Humaine”, reparte preferencias entre el drama a solo escénico y la versión de Poulenc, sobre esta a obra a solo de una mujer desesperada, una obra brevísima precisamente con ese único personaje y que se resume en el lamento en forma de conversación/ confesión, a través de un teléfono, de esa pareja que decide separarse, y cuyas consecuencias recibimos a través de ese amargo diálogo, entre sugerentes silencios de la protagonista, que durante momentos ese diálogo parece agotarse, dejando la impresión de que ninguno de ambos, renuncia a las inevitables consecuencias, entre actitudes de rechazo y angustiosa e irreversible evidencia. Será ella quien a la postre abandone el teléfono sobre el lecho, entre ahogadas palabras de renuncia.

Francis Poulenc, en esta aproximación al drama de Jean Cocteau, escritor de olfato y aguda sensibilidad, se prestó a divertimentos como “Le Boeuf sur le toit” y “Les Mariés de la tour Eiffel”, o piezas inspiradas como “Orphée” y “La Machine infernal”, además de una leyenda trasladada al Medievo como “Les chevaliers de la Table Ronde” y un bulevar literario. “Los padres terribles”. Tragedias en apariencia clásicas. “Renaud et Armide” o el neorromanticismo de “El águila de dos cabezas”. Polifacético por excelencia, tuvo tratos artísticos con Diaghilev y Vaslav Nijinski, en la aventura de los ”Ballets Rusos”, también con Picasso, R.Radiguet, G.Apollinaire, Max Jacob o Blaise Cendrars, siendo uña y carne los primeros cubistas, manteniendo como seña de identidad un buen entendimiento con Stravinski, A. Honnegger, G.Auric, Erik Satie y las emergentes tendencias renovadoras del jazz en aquel período de pujanza. Modernismo a todo trapo, en un creador que no dejará de fascinarnos. Recordemos sin más el escándalo provocado por “Los padres terribles”, especie de vodevil abocado a un final de tragedia chocante que puso al público en contra, hasta el extremo de ser cancelado.

Poulenc, artista si cabe contradictorio y que quedaría impactado por la atmósfera recreada por “La Consagración de la Primavera”, primer mazazo que tendrá afortunadas consecuencias, tras forjarse con maestro como Ricardo Viñes y Charles Koechlin. Llegará el momento crucial de integrase en el grupo de “Les Six”, clave en la evolución de las corrientes d vanguardia francesa. En ella, se verán las caras George Auric, Louis Durey, Artur Honegger, Darius Milhaud y Germaine Tailleferre. Tres de ellos había probado aventura en el Conservatorio de París, estrenando piezas de su fiable preceptor Erik Satie. El nombre del grupo llegará posteriormente, pero se acuñará cual elemento de identidad para la posteridad, llagando para algunos curiosos como un derivado del “Grupo de los Cinco” rusos- efectivamente, nada en común-, en lo primordial, un escrito de Jean Cocteau, publicado en 1918, una especie de manifiesto-programático, “El gallo y el arlequín”, en el que sostenía esta causa de la música francesa rompedora, en oposición clara a cualquier romanticismo y por supuesto, declaradamente antiwagneriano- crispantes apuros para aquel período agobiante-, en el que no faltará el rechazo de los popes Gounod, Massenet, Saint-Saëns o Richard Strauss y el propio Arnold Schönberg. Para rematar la faena, la ojeriza indisimulada contra C.Debussy.

Por osadía que no falte, y que según Cocteau, en aquel manifiesto no dejarán de cumplir dentro de los nuevos parámetros, gracias a su fuerza, elegancia y alta escuela. Todos ellos, tras el salto neoyorquino de Milhaud, colaboraron en la realización de un registro discográfico, con piezas pianísticas. Detalles como la incorporación de curiosos vulgarismos o citas de tonadas callejas y bailables cotidianos, añaden leña al fuego. No dejaremos de acercarnos con simpatía a otros compositores de espacios culturales cercanos en su actitud, el caso de Kurt Weill, Krének, Paul Hindemith y si cabe, Dmtri Shostakovich. Queda el espacio de encuentro con los pintores cubistas, y con un reflejo ostensible en el ballet “Parade” , de Satie y Cocteau, con decorados de Picasso, que no dejó de provocar sus broncas entre el respetable. Es verdad que cada uno de ellos, tiraría en definitiva por su cuenta y riesgo. Durey, por sus tendencias más serias e intimistas, y de posicionamientos políticos más audaces. Milhaud, efectivamente el más cubista y divertido, además de vitalista, con detalles de un neoclasicismo renovador. Honegger, empeñado a veces en un cargante romanticismo tardío- valgan sus oratorios desfasados- o G.Tailleferre, con sus avatares abstractos de sus conciertos. Auric, dedicado a sus entusiasmos por el cine, para Cocteau y René Clair, y nuestro Poulenc, posiblemente el más dotado en lo musical, gracias a un melodismo exquisito y refinado.

El Teatro de La Zarzuela, en la temporada de 2005, ofreció en doble sesión la obra teatral de “Le Voix Humaine” de Cocteau, junto a este monodrama de Poulenc, un acontecimiento único de las dos obras, en la que tendrían protagonismo en la primera la actriz Cecilia Roth y en la segunda la soprano Felicity Lott, ambas bajo la dirección artística de Gerardo Vera en lo escénico, y en la parte musical por José Ramón Encinar. Desde el estreno de la obra de Poulenc, en 1959, en la Ópera Cómica de París, con Denis Duval, la musa del autor que inspiró el papel principal, con George Prête, en el foso, raras habían sido las oportunidades de asistir a una producción de la obrita, y los registros discográficos tampoco serán un estimulo de gran atractivo. Felicity Lott, en esta comparecencia en el Teatro de La Zarzuela, había tenido un distante precedente en el histórico Festival de Glyndebourne, en 1977. Felicity Lott, en esa curiosa coproducción, confesaría que le bastaba con una “chaise-longue”, una mesa, una pequeña lámpara y el teléfono. No tener que compartir escenario con una orquesta, hace que se cree un ambiente muy diferente, lo que ayuda mucho. También Gerardo Vera, como escenógrafo, se dejaría arrastrar por las dos aristas de aquella acertada propuesta, para la preparación de ambas versiones.