Nuestros universos particulares

Firmas
José Carlos Bermejo
“Los dioses deben estar locos”, fotograma con la botella.

Todos abandonamos el universo cada día, cuando nos dormimos, y estamos de vuelta en él al despertar. Nada más despertamos notamos cómo se nos organiza la cabeza, al darnos cuenta del día y la hora que son. Entonces volvemos a ser nosotros mismos. Desde la prehistoria muchos pueblos creyeron que al dormir nuestra alma abandona el cuerpo y viaja al país de los sueños, en el que puede ver un montón de cosas que unas veces recuerda al despertar, y otras no. Ese país de los sueños era para los cazadores del desierto australiano, en los que se quiso ver la imagen de la sociedad más primitiva posible, muy semejante al tiempo del sueño, que sería aquel en el que surgió el mundo, cuando se separaron el cielo y la tierra, nacieron las plantas y los animales y las primeras parejas de la especie humana, que era la de esos cazadores, que serían la única humanidad posible.

Los cazadores australianos y otros similares, como los bosquimanos que habitaron el inhóspito desierto del Kalahari, tenían una tecnología muy sencilla, que les permitía hacer arcos y flechas, o construirse sencillos refugios para obtener sombra, pero poseían unos conocimientos extraordinarios con los que sabían encontrar los mínimos puntos de agua en un desierto en el que prácticamente nunca llueve, y recolectar plantas y raíces, que eran la base de su alimentación. Sus grupos sociales eran muy pequeños, en ellos no había diferencia de riqueza, porque entre otras cosas todo lo que cada cual tuviese tenía que llevarse encima. Y se podría decir que cada adulto conocía las técnicas que le permitían sobrevivir en el desierto y el territorio, y los escasísimos recurso que hay en él.

Protagonizan el film Los dioses deben estar locos un grupo de bosquimanos que se encuentra un día una botella de Coca-Cola. Como no conocen la cerámica se asombran al ver que los líquidos se pueden guardar y transportar. Además la botella sirve para moler las semillas y brilla con el sol, por lo que comienzan a surgir rivalidades sobre algo que hasta entonces no existía: la propiedad. Empiezan los conflictos por su posesión y el prestigio que conlleva, y por eso se decide encargar al cazador más prestigioso, que es capaz de sobrevivir días y días en el desierto, que la lleve al fin del mundo. Parte el protagonista y llega al mundo “civilizado” y en él descubre una enorme catatara. Como observa que un gran río cae al vacío concluye que ese sitio debe ser el fin del mundo, arroja la botella y se vuelve con su familia, una vez restaurado el orden social.

Los bosquimanos tenían su universo particular, que era plano, árido, y el único en el que la humanidad podía sobrevivir siguiendo los preceptos, las costumbres y con los conocimientos transmitidos por los antepasados. Cada bosquimano era una enciclopedia del saber tribal, porque dominaba todo lo que se puede saber acerca del mundo. Y lo mismo le ocurrió a los campesinos a lo largo de muchos milenios de nuestra historia. Ellos sabían qué sembrar, cómo y cuándo hacerlo, sabían criar animales, cazar, tejer, hacer herramientas, construir sus casas y elaborar alimentos y conservas. Podríamos decir que solo ellos, o cazadores como los bosquimanos, podrían llegar a repoblar el mundo tras una catástrofe global que acabase con todas nuestras técnicas y nuestra civilización.

En el año 1612 sir Francis Bacon, el filósofo que renovaría la filosofía al proponer el cambio de la lógica deductiva, basada en argumentos abstractos, a la inductiva, basada en la observación y la experimentación -razón por la cual se le considera el padre de las ciencias modernas-, publicó sus Ensayos. Fue sir Francis un hombre peculiar, que tras estudiar en Cambridge hizo carrera política en el parlamento, las cortes de Isabel I y su sucesor Jacobo I. Como buen cortesano se buscó sus protectores, primero el conde de Essex, que se convirtió en héroe en 1596 por haber mandado la flota que saqueó Cádiz, y luego el duque de Buckingham. Como buen cortesano y antiguo universitario traicionó a su primer valedor, delatándolo a la reina, y actuando como fiscal en el juicio que le llevaría al cadalso, y culminó su acceso a los honores cortesanos al ser nombrado vizconde de Saint Albans en 1621, y obteniendo importantes cargos como Consejero Privado Real, registrador y secretario del Consejo de la Cámara Estrellada y Fiscal General. La acumulación de cargos le permitió acumular veintitrés delitos de prevaricación, por lo que fue multado con 40.000 libras -una fortuna-, encarcelado en la Torre de Londres, y luego liberado.

Para suerte de la historia de la filosofía fue entonces cuando se dedicó intensamente al estudio y la escritura, hasta que el rey Jacobo le perdonó sus delitos y le concedió una magnífica pensión, que le permitió volver a llevar una vida lujosa y extravagante, propia de un antiguo cortesano y titulado universitario. Así vivió hasta 1626, año en el que una nevada le provocó una pulmonía por haberse dedicado a rellenar de nieve una gallina para estudiar la congelación de los alimentos.

En el ensayo 33 Bacon describe cómo se debe fundar una colonia en América, y es muy interesante comprobar cómo la autosuficiencia económica en el Nuevo Mundo se podía planificar en la sociedad de su época si se cumplían una serie de condiciones. La primera era seleccionar entre los colonos a grupos de hortelanos, labradores, braceros, herreros, carpinteros, aserradores, pescadores, cazadores de volatería, boticarios, cirujanos, cocineros y panaderos, con el fin de que practiquen sus oficios y transmitan todos los conocimientos técnicos a sus descendientes. De la misma manera se debe seleccionar el ganado para su reproducción rápida: cerdos, gallos, pavos, gansos, palomas, y llevar acopio de semillas de trigo y otros cereales. Debe estudiarse previamente si en el país hay frutos que no necesitan cosecha, como nueces, piñas, aceitunas, ciruelas, dátiles, y miel. Y qué recursos minerales existen: hierro, carbón, sal. De la misma manera que conviene conocer previamente cómo son sus bosques y qué madera dan, evitando terrenos pantanosos, o instalarse demasiado cerca de las riberas de los ríos o la costa. Como se puede comprobar la idea de una colonia autosuficiente en la que se acumulan todos los saberes y técnicas necesarios para sobrevivir seguía presente en el siglo XVII, en que las respuestas a las grandes preguntas sobre la vida o el universo aún eran proporcionadas por la religión y los textos de los sabios de la antigüedad.

Vivimos en el mundo más desarrollado económica, técnica y científicamente conocido, pero en él se sabe tanto de tantas cosas que la inmensa mayoría de la gente, o bien solo consigue saber un poquito de algo, o casi nada de nada. Sin embargo esto no obsta para que todo el mundo crea saberlo todo acerca de todo, ya sea un científico, un ingeniero, un político o una persona como las demás.

Entre los más de 7.000 millones de personas que vivimos en la Tierra hay cientos de millones de científicos de todo tipo, de ingenieros y técnicos, de médicos y de todo tipo de profesionales y trabajadores imprescindibles para el funcionamiento de nuestro macro sistema ecológico, económico, político y militar. Todos son gobernados, sin embargo, por un reducidísimo número de personas, que acumulan una gran parte de la riqueza y el poder, y que con sus decisiones pueden determinar el futuro de toda la humanidad. Paradójicamente, éstos no necesitan poseer grandes conocimientos técnicos, en contra de lo que creía Francis Bacon que decía que knowledge is power, que el conocimiento es poder. Y no deja de ser curioso que lo dijese, porque cuando tuvo poder e intrigó en la corte, ejerció cargos y se forró a base de sobornos, fue cuando menos estudió. Eso lo hizo cuando se vio obligado a vivir discretamente retirado en el campo.

En el siglo XVII, como ahora, lo importante no era saber, sino saber quién manda. Pero en el siglo XVII, como hasta entonces en la historia, había comunidades que podían ser autosuficientes y gobernarse a sí mismas, solo a condición de tener unas tierras en las que vivir o unos nuevos espacios en los que fundar sus colonias. En la actualidad esto es imposible en un mundo globalizado ecológica, económica, política y militarmente. Nunca la especie humana se pareció más a un hormiguero o una colmena, pero en nuestros enjambres sociales, en esas mega-máquinas de las que solo somos parte de un engranaje, ha nacido una nueva subespecie: el homo insipiens, que es el que cree saberlo todo y no estar condicionado por nada ni por nadie.

El homo insipiens es tan frágil que se extinguiría si saliese de sus redes sociales. Ni tiene conocimientos para fundar una nueva colonia en una Tierra en la que apenas queda nada por explorar, ni podría llegar andando al fin del mundo, como lo hizo nuestro bosquimano con su botella de Coca-Cola, y volver a su desierto natal. Además es totalmente crédulo, primero porque tiene que admitir que es verdad o mentira lo que dicen los especialistas, y segundo porque cree en la nueva fe de lo que le dice internet o su móvil, que son casi su única fuente de acceso al universo. Tiene fe en lo que no sabe ni puede saber, porque se niega a admitir sencillamente que no sabe nada, ni quién es, ni dónde está. Por eso no sabe orientarse, como hacemos todos al despertar, y no lo sabe porque, como nunca se pregunta nada, cree que tiene que haber una respuesta para cada pregunta. Es tan tonto que no consigue darse cuenta de lo tonto que es. Por eso nunca llegaría a ser bosquimano.