Padres y Estado helicóptero

José Antonio Constenla

EXISTE en Nueva Guinea una tribu denominada korowai que tiene un rito de iniciación social brutal. Dejan a los niños en el bosque y los adultos, emboscados los asustan y atacan para que el miedo les empuje hacia una plataforma donde se sacrifican cerdos. Quienes superan el rito (algunos mueren) se integran en la comunidad. Afortunadamente esto no sucede en nuestra sociedad aquejada si cabe de otros males, como la exagerada dedicación sin límites de muchos progenitores a sus hijos, lo que les deja peor preparados para desarrollarse correctamente en la vida adulta.

“Cariño, cuidado que te vas a caer”, “come despacio que te atragantas”. “Mamá, no entiendo porque no puedo hacer eso. Eres demasiado pequeño para comprenderlo. Es por tu bien”. Todos, en algún momento de nuestra infancia hemos escuchado este tipo de frases o vivido situaciones similares que regulaban nuestras ambiciones, deseos y conductas.

Los comportamientos sobreprotectores de los padres reciben el nombre de “padres helicóptero”, término acuñado en 1960 por el psiquiatra infantil Foster W. Cline y el pedagogo Jim Fay. Recibir más protección de la precisa, impide que los niños logren la madurez y la independencia necesaria para aprender a resolver sus problemas y desafíos. Por tanto, lejos de hacerlos más capaces, se convierten en más dependientes y menos resolutivos.

Todo recorte a la pueril libertad de aquellos tiempos tenía todo el sentido y se justificaba en “nuestro bien”. Pues de niños no se tiene la visión, la inteligencia, ni la experiencia suficiente, para hacer frente a los posibles peligros y riesgos propios de la edad.

Ya en la vida adulta, los padres son sustituidos por la Administración, que asume sin que se lo pidamos, el rol de decir lo que debemos y podemos hacer y lo que no. Aunque ya no somos niños, la justificación ciertamente sigue siendo la misma: todo es por nuestro bien. El síndrome de sobreprotección gubernamental se expresa en que el Estado cuida al ciudadano desde la cuna hasta la tumba, retirándole cualquier responsabilidad personal que tenga sobre su vida, creyendo que con eso logra su felicidad.

Esto acarrea dos consecuencias graves. Por un lado, tenemos un gobierno grande, caro e ineficiente, que consume más recursos de los convenientes. Por otro, una ciudadanía pasiva, sin disciplina, caprichosa, que carece de fibra moral (cuando el gobierno asume las responsabilidades de los ciudadanos, estos ya no son responsables ni de sí mismos). Todo esto crea una sociedad endeble, presa fácil de gobiernos autoritarios y populistas, que implantan proyectos fantasiosos y frenan la prosperidad.

Control, protección y regulación por un lado y por otro, dejar hacer, educación y libertad. Dos formas de gestionar la sociedad muy diferentes pero esenciales para el bienestar y la economía. Tan fácil es excederse como no llegar.