Perder el tiempo

Firmas
Jaime Barreiro Gil

EL infortunio de Ciudadanos puede ser merecedor de estudio para saber lo que no hay que hacer, ni en política ni en nada. De aquella pretensión de ofrecer a la ciudadanía una alternativa liberal y progresista, no queda más que una tremenda frustración.

En cuanto Albert Ribera, aquel príncipe desnudo que llegó a ser su figura principal, se asustó ante la circunstancia en que se metía al incorporarse a la política nacional, él mismo fue el primero en abandonar la formación. Y eso que, a pesar de sus malos resultados electorales, su partido tenía sitio para hacerse oír y compartir decisiones. Sin embargo, el tal Ribera pensó que en vez de ser un partido de centro lo era de en medio, quedándose entre el Partido Popular y el PSOE haciendo, en sus propias palabras, de bisagra, diciéndolo en el sentido de ser capricho de lo que deseasen los mayores.

Yo, sin embargo, no alcanzo a entender qué tiene de malo para un partido menor esa condición de bisagrista. Esos partidos pueden ser útiles para la configuración, con su ayuda ocasional, de posiciones legislativas de la mayor importancia, como las de dar apoyo a la formación o defenestración de un gobierno. En consecuencia, pueden poner precio a su apoyo, a uno y otro bando, según la trascendencia que del mismo se derive.

De lo que digo se puede deducir que ocupar la posición política de bisagra hasta podría ser una ventaja para un partido que, de no ser eso, no sería nada. Un partido bisagra puede, como en su momento habría podido Ciudadanos, condicionar la formación de mayorías. ¿Imagínense cuanto puede valer eso? Mucho más, desde luego, de lo que mereciesen sólo por sus votos.

No es inteligible, pues, la actitud de Albert Ribera con respecto a la condición que le podría tocar a Ciudadanos de ser un partido bisagra. Tenía que haber otra causa. Quizá fuese la de que los dirigentes de Ciudadanos, para no ser bisagra, se inclinasen por integrarse en el PP, teniendo eso, entre otras, la posible consecuencia de diluir sus respectivos liderazgos.

En sus decisiones, pues, pesaron los intereses personales más que los partidarios. El partido, además de haber abandonado sus originarias señas ideológicas liberales y progresistas, está en descomposición irrefrenable desde entonces. El número de bajas es inconmensurable.

Y aún por encima, para dos que quedan, se lían a tortas como en el más infame de los rediles. ¿Es que no tienen sentido del ridículo? Habiendo renunciado a tanto como renunciaron, a Ciudadanos sólo le queda la opción de disolverse y, de uno en uno, irse al PP. Sin molestar, si puede ser.