Poderoso caballero...

José Castro López

RESCATO de una estantería un viejo manual de historia de la literatura española para reencontrarme con don Francisco de Quevedo y Villegas en su faceta de “agrio y sarcástico, atento a destacar el panorama de ruindades y bajezas que descubre su vista”. Su exacerbada sensibilidad moral, dice José García López, le impulsa con la misma violencia a exaltar la justicia, la autoridad y el patriotismo, que a denunciar con implacable dureza y desenfadado ingenio las falsedades terrenas.

Una de sus composiciones satíricas más célebres y conocidas es Poderoso caballero es don dinero, diez estrofas que finalizan con ese estribillo machacón –el mensaje del poema– que es una dura crítica social que retrata la decadencia moral de la España de su tiempo.

Desde entonces, este poema forma parte del acervo cultural popular y su estribillo es una cita habitual en los parlamentos, en las tertulias políticas y en las conversaciones ciudadanas como crítica resignada a distintas situaciones que saltan normas elementales de comportamiento por el hecho de que “poderoso caballero es don dinero”.

Este Quevedo satírico seguramente dedicaría hoy el insuperable vigor expresivo de “Poderoso caballero” a la competición futbolística de la Supercopa de España que cuatro equipos disputaron hace unos días en Arabia Saudita, un país situado a 5.000 kilómetros de distancia. Allá fueron los “diestros y aventajados atletas” del balompié español porque los dirigentes del fútbol doblaron la rodilla ante el poder del dinero del reino saudí con el que firmaron un contrato millonario alegando que ese dinero se destinará a ayudar a otros clubes españoles. “Madre, yo al oro me humillo, el es mi amante y mi amado..., poderoso caballero es don Dinero”.

En este caso “el fin justifica los medios” sin que importe que en Arabia las libertades y derechos brillen por su ausencia, la vida de las mujeres se rija y desenvuelva por principios y criterios parecidos a los de la Edad Media –ni siquiera pudieron ver el espectáculo futbolístico con normalidad–, ni importa que los habitantes de ese país sigan siendo súbditos de una dictadura implacable.

Seguí de cerca la competición y no escuché crítica alguna de tantos políticos lenguaraces, de asociaciones feministas, de
defensores de los derechos humanos,
de los sindicatos, de la ministra de Igualdad..., de los que no pierden ocasión de hablar del machismo irredento que margi-na a las mujeres y de exigir que nadie sea tratado como súbdito, sino como ciuda-
dano con derechos.

En torno al proceloso mundo del fútbol hubo un espeso silencio en favor de una
ética de situación que saca siempre sus principios a conveniencia del “poderoso caballero don dinero”.