Que se vayan ya

Jaime Barreiro Gil

QUE se vayan. Si es que no se han ido ya. Desde que los británicos entraron a formar parte de la Unión Europea, no dejaron de crear problemas. Nunca quisieron entrar de buena gana. Los fueron obligando las circunstancias: en el mundo actual ni era necesario ni tenía sentido que ningún país europeo, ni siquiera tan importante como Gran Bretaña, operase fuera de cualquier forma de institucionalización económica, y menos todavía si, como era el caso de la Unión Europea para Gran Bretaña, se formaba en su propio ámbito político, económico y cultural.

Así que Gran Bretaña entró en la Unión Europea por fuerza, que no por convicción. Y se mantuvo en ella guardando todas las zonas de exclusividad que le fueron posibles; acuérdense, por ejemplo, del cheque con que la Unión aceptó compensar a los británicos, a exigencia de Margaret Thatcher, por el hecho de que ellos no pudiesen acogerse a los beneficios de la Política Agraria Común, como si la política agraria europea no fuese con ellos. Frecuentemente, se comportaron como si sólo fuesen europeos para lo que les convenía y nada más.

Y para estar incómodos, mejor que se vayan. Eso sí: si entrar fue un dolor para ellos, salir lo será para todos. La deserción británica hace mucho daño, tanto a ellos como a todos los demás. Pero no hay más remedio que hacerle frente. Llegó la hora de restañar heridas. Y llevarnos bien, como extranjeros, sí, pero amigos, que puede ser. ¿Qué íbamos a hacer si no los españoles con los miles y millones de británicos que tienen su segunda y hasta su principal residencia en España? Lo dicho: a pesar de las heridas, tenemos que llevarnos bien.

Pero pasaremos a llevarnos con los británicos igual que nos llevamos con los ciudadanos de cualquier otro país ex-tranjero de la Tierra,
Australia, por ejemplo, por decir uno que esté lejos, pero extranjeros, aunque amigos. Ya no son de los nuestros.

Y tranquilos: los intereses comunes siguen siendo tantos y tan importantes que yo no tengo duda de que la propia realidad nos irá obligando a buscar acuerdos sobre muchas cosas, como el acceso de la flota gallega a las hoy aguas territoriales británicas, o la asistencia sanitaria a los residentes británicos en España.

¿Y qué decir de la permanencia de todos en las mismas instituciones internacionales de seguri-dad y defensa?

Y yo que creía que había sido precipitada la ampliación de la Unión Europea hacia el este, aquí me quedo, estupefacto, viendo como la primera quiebra es al oeste. La Unión tiene por delante, desde luego, un tiempo difícil. Muy difícil. Pero no hay otra.