Queipo de Llano

Firmas
Xosé A. Perozo

LO sacaron de madrugada, a oscuras y casi clandestinamente, como se hacía en la antigüedad con los asesinos, los ladrones, la mala gente de buena familia. Pero este genocida no procedía de un patíbulo ni de un calabozo inmundo, para ello introdujeron un furgón en la propia basílica de la Virgen Macarena, ese símbolo religioso del catolicismo sevillano y andaluz, ante el que incluso ateos y personas de izquierda hemos mostrado el respeto que se debe a las creencias de los demás, aunque no las compartamos. Por ahí suena estos días, como ejemplo, el poema de Rafael Alberti: Déjame esta madrugada/lavar tu llanto en mi pena,/Virgen de la Macarena,/llamándote camarada...

Siete décadas atrás la basílica fue profanada enterrando con honores religiosos, la virgen vestida de luto, al personaje más sanguinario de la historia contemporánea de Andalucía y de España. Se calcula que más de cuarenta y cinco mil andaluces, a quienes habrá que sumar los extremeños, manchegos y murcianos que les siguieron, fueron víctimas del terror sembrado por Queipo de Llano. No mandó asesinar solamente a personas de izquierdas o leales a la legalidad de la II República, compañeros militares y personajes incómodos de derecha fueron pasados por las armas siguiendo sus órdenes. Mujeres y niñas violadas, bienes incautados en propio beneficio...

Durante más de cuarenta años en mi casa no se pronunciaban los nombres del teniente coronel Juan Yagüe, del comandante Antonio Castejón, de los generales Queipo de Llano y Emilio Mola... y otros de menor graduación enterrados al ritmo de los incensarios mientras en las cunetas crecían las malvas de sus víctimas. Sacar a unos y otros de las sepulturas injustas no es un ejercicio de venganza es, esencialmente, una restitución equitativa de la Historia. Se equivocan quienes ponen trabas en uno y otro sentido. Se equivocan al pretender que los muertos, de todas las ideologías, del fallido golpe de Estado y guerra del 36 no pregonen las verdades. Se equivocan al invocar el empuje del presente como excusa. Su Dios y el futuro de la Historia se lo demandarán.