Reflexión en la izquierda

Firmas
Juan Salgado

LOS resultados obtenidos por el PP gallego en las elecciones de ayer suponen una nueva e incuestionable victoria de dicha formación –revalidando la exclusividad representativa de la derecha en el Hórreo– en el marco de la Autonomía, la cuarta consecutiva desde que el actual presidente en funciones, Alberto Núñez Feijóo, accediera a la titularidad de la Xunta en 2009.

Es difícil –y por ello mismo acaso resulte tan pretencioso como inútil– intentar discernir en ese renovado triunfo qué porcentaje de éxito se debe a una bien estructurada implantación del partido en todo el territorio gallego, cuál a la propuesta de un programa electoral capaz de ilusionar al electorado, qué parte corresponde al tirón personal que aporta el propio candidato a la Xunta, en qué medida ayudó un bien engrasado servicio de comunicación del Gobierno autonómico o, por fin, la supuesta aportación que en dicho éxito tiene el, en opinión de la oposición, “dopaje mediático” de los medios de comunicación gallegos y aún madrileños en la promoción de quien llega por cuarta vez al primer despacho de San Caetano.

De lo que no cabe duda es de que lo que en abril se daba por dudoso –la repetición del triunfo– se consolidó en julio, como vaticinaban todas las encuestas, justo después de haber sufrido las consecuencias de la pandemia del covid-19, tras lo sucedido con el paritorio de Verín y la amenaza cierta para Galicia del desmantelamiento de buena parte de su tejido industrial. Que el PP haya superado esos tres hándicaps en las urnas evidencia la ineficacia de la oposición al centrar sus ataques en los recortes sanitarios y en la pretendida responsabilidad autonómica en el cierre de industrias electrointensivas y agota el debate –en tanto que sentenciado por el elector– en torno a dichos temas.

En todo caso, visto en perspectiva y desde el razonamiento unánimemente aceptado de que la democracia cobra su pleno sentido en la alternancia política en las instituciones, el nuevo fracaso de la izquierda en su conjunto –al margen del indudable éxito que para el BNG supuso jugar la carta de la coherencia en su discurso y comportamiento político, acaparando la totalidad de la efímera aventura de las Mareas– es tema que bien merece una más detenida reflexión, si se tiene en cuenta que en los 38 años de gobiernos autonómicos, únicamente logró dirigir el futuro del país en siete de ellos.

Son de respetar las ideas políticas y programas electorales de cada cual, también los de los partidos de izquierda gallegos. Pero si la política es el legítimo afán por gobernar, por aplicar a la sociedad las ideas que uno defiende, cabría preguntarse qué grado de responsabilidad tienen, en su acomodación a la realidad en la que reside, los planteamientos ideológicos de una izquierda demasiado encerrada en sus esencias, en su purismo intocable, para no amoldar estratégicamente parte de sus propuestas a lo que demanda esa sociedad. Que no toda la culpa va a ser siempre del ignorante electorado.

Una exigencia tanto más razonable por cuanto esa misma izquierda sí logra no solo alternancias sino importantes éxitos políticos en la gobernanza de los ayuntamientos gallegos. Lo que evidencia que, como le ocurrió a la Armada Invencible, no toda la culpa es de los elementos.