Regreso a Marte

Mario Clavell

LOS terráqueos hemos pasado en Marte algunas tempora-
das; acompañando héroes de película, Brad Pitt (Ad Astra, 2019) o narradores (Ray Bradbury, Crónicas Marcianas, 1950) y las pelis con marcianos que nos han visitado.

Ahora somos nosotros los visitantes. El Perseverance ha volado desde julio hasta febrero sin parar a 150 metros por hora, llevando hasta el cráter Jezero un artilugio con trompetillas, focos, pantallas y un sinfín de bujerías; para dejar allí el carrito rover han trabajado durante años miles de sabios –incluida Consuelo Gil, que es de Lugo e investiga la oxidación en el planeta rojo. Han subido 24 cámaras resistentes a las grandes variaciones de temperatura; el chisme comparte cielo y tierra marcianos con otros ocho robots que lo orbitan o exploran.

Perseverance empleará un año marciano (687 días terrestres) almacenando muestras para que sean recogidas ¡años más adelante! Busca indicios de vida, presente o pasada. Hay mucho polvo, oscila la temperatura de la superficie y el suelo está sembrado de pedruscos. Llevamos 50 años de exploración y conocemos su historia geológica, que apunta a 3.500 años millones de años. Hubo agua, ¿hay microbios fosilizados? En 1971 el soviético Mars 2 se dio de morros y desde 1997 hay vehículos dando trompicones por su superficie, y el Curiosity manda fotos desde 2015.

Se llama Perseverancia y con su parienta, la Paciencia, son hijas de la Fortaleza, tres virtudes que apetecemos para nosotros los humanos.

De la parafernalia que acompaña a la misión me dejan tu-
rulato dos asuntos: el estudio y trabajo que la precedió y acompaña, y la distancia que separa Marte de la Tierra, entre cincuenta y cuatrocientos millo-
nes de kilómetros según el momento. Yo camino a cuatro kilómetros por hora: ¿cuántos mi-llones de años precisaría para llagar a Marte?

Puedo ver y oír en directo lo que el Perseverance graba y oye. Es intrigante y aburrido. Concluyo que por ahora nos quedamos en este planeta, donde tenemos tantos asuntos que resolver.