Santiago después del coronavirus

Firmas
Juan Salgado

CRISIS de imprevisible alcance en el sector turístico, grave afectación en el comercio local, deficientes infraestructuras tecnológicas para suplir el mercado presencial, carencias para la enseñanza a distancia en todos sus niveles, necesidad de improvisar nuevos espacios para favorecer el distanciamiento social y apremio para implementar inesperadas políticas sociales, son solo algunos de los déficits que el coronavirus hizo aflorar en Compostela y sobre los que habrá que volver con más pausada reflexión.

Se da, además, la circunstancia de que algunas de esas lecciones de obligado aprendizaje coinciden con otras demandas sobre la adecuación del tejido urbano a las exigencias del cambio climático, de la reducción de emisión de gases o de la optimización de la secuencia espacio-tiempo.

Si, en lo económico, las debilidades afloradas tras el covid-19 remiten a la idoneidad de las recomendaciones hechas en su día por el Foro Cívico al proponer sectores que vayan más allá del monocultivo turístico para primar la tecnificación o las industrias maderera y biomédica, las enseñanzas del virus a nivel de ciudadanía deben llevar también a la mejora del concepto habitacional no tanto en función de una adecuada planificación urbana cuanto de proyectar la propia vida en esa realidad planificada.

Y en esa necesaria reflexión sobre la Compostela que deseamos, no estaría de más tener presentes las propuestas que el urbanista y director científico de la cátedra ETI, el colombiano-francés Carlos Moreno, elaboró en la Sorbona con el revelador enunciado de “la ciudad de los quince minutos” y que con tanto ardor como dedicación están abrazando alcaldes de todas las latitudes y dimensiones demográficas.

Una propuesta que supone un drástico cambio en el paradigma de la ciudad moderna, rompiendo con el urbanismo funcional segmentado y apostando por una ciudad multicéntrica, multipolar, donde esos quince minutos propuestos sean la referencia temporal para que –a pie o en bici– el ciudadano pueda acceder a las seis funciones esenciales de habitar, trabajar, aprovisionarse, cuidarse, aprender y descansar.

Se trata de ofrecer a los residentes urbanos una ciudad serena, donde prevalezca la proximidad, el menor estrés, un exiguo transporte mecanizado y que, a la par, permita hacer de esos espacios reconquistados nuevos lugares de encuentro, de vida.

Volviendo a las enseñanzas del virus, lo padecido y experimentado por la pandemia devolvió el protagonismo a las ciudades y acentuó la necesidad de apostar por entornos más humanos desde una más acentuada preocupación por factores como el de la densidad, la innovación tecnológica, la movilidad, las desigualdades sociales, las optimizaciones económicas o la brecha intergeneracional.

Compostela, por suerte y por el buen hacer de los Pons Sorolla, Chamoso, Remuñán, Estévez o Viñas, mantiene una tipología que no hace difícil ahondar en esa propuesta de proximidad geográfica, familiar y vecinal que propone el urbanista Moreno y que se traduce, según sus palabras, “en la relación afectiva del ciudadano con su entorno, el amor por los lugares”. Si acaso, el medio más idóneo para que la ciudad se reencuentre con su mejor pasado al apostar por un futuro más próspero.