Si leer Harry, si leer Gänswein, si leer

Firmas
Mario Clavell

¿Leer príncipe Harris, leer Gäswein, secretario de papa Benedicto? Leer revistas, leer prensa, leer anexos a whatsapp. Releer. O no leer.

Son novedad los libros publicados por estos dos... ¿celebrities? Se han anticipado tantas curiosidades menores acerca de ellos que doy por prescindible el texto completo: son irrelevantes y morbosas. Tres o cuatro horas empleadas en leerlos lo considero tiempo malgastado.

Mantengo, sin embargo, la conveniencia de la lectura para mí, para usted, para todos. Evitarla no es virtud. El intelecto y los afectos requieren alimento –pasto– para que no fosilicen en pensamiento rancio. Participar de la contemporaneidad y refrescar la tradición hacen fluir sabia nueva.

Una lectura selectiva descubre talentos nuevos, caras nuevas, nuevos cerebros, ideas estimulantes. Hago una confidencia: esta semana releo a Pérez Galdós, repaso gramática catalana, descubro a Fabrice Hadjaji –con ese apellido que visualizo pero no sé cómo pronunciar–, apetezco conocer una nueva traducción de Ortodoxia, Chesterton, y cada día leo el Evangelio.

Compadezco a quienes les duelen ojos y cabeza a la quinta línea y simpatizo con quienes gustan de fragmentos y frases selectas sin tiempo para más. Y suscribo el decálogo de los derechos del lector que publicó Daniel Pennac (1992, Como una novela): 1. El derecho a no leer. 2 El derecho a saltarnos páginas. 3 El derecho a no terminar un libro. 4 El derecho a releer. 5 El derecho a leer cualquier cosa. 6 El derecho al bovarismo (identificarnos con lo que leemos). 7 El derecho a leer en cualquier sitio.
8 El derecho a hojear. 9 El derecho a leer en voz alta. 10 El derecho a callarnos.

Ese listado es paradójico y bien humorado. Le sugiero, amado lector, que lo relea e imagine algo sobre sus puntos. Me despido aquí para que tenga tiempo para ello...