Síndrome de Estocolmo

Fernando Lussón

EL presidente Pedro Sánchez no es un gran parlamentario. O al menos no lo demostró en el último pleno del Congreso en el que negó la posibilidad de que se prorrogue el estado de alarma pese a las peticiones de aliados y adversarios, pero siempre hay un destello de ironía, de chispa, de supuesta improvisación que, como dijo Shakespeare, “son mejores cuando se las prepara. Sánchez tuvo dos destellos cuando hizo notar que Pablo Casado estaba deseoso de entrar en la campaña electoral, pero que no sabía si le dejaba su candidata Isabel Díaz Ayuso, a la que se le comienzan a adivinar expectativas que trascienden la frontera de la comunidad; y cuando advirtió a la presidenta de Ciudadanos Inés Arrimadas que se le notaba que tenía “síndrome de Estocolmo” con el PP.

La decisión del partido naranja de volverse a poner al servicio del PP si este gana las elecciones, y sobre todo si consiguen salvar la barrera del 5 % que les permita tener representación en la Asamblea de Madrid, retrotrae nuevamente a la reflexión sobre votar al original o la copia.

El dos por uno que intentaron los dirigentes de Cs y del PSOE en la Comunidad de Murcia y en el Ayuntamiento de la capital, con las mociones de censura a los gobiernos del PP, desató la tormenta en Madrid donde Ciudadanos tiene todas las papeletas de pagar una estrategia nefasta que le pone al borde de la desaparición, para acabar apoyando al partido que le ha hecho una opa hostil.

Y a pesar de considerarse traicionada, de acusar a Ayuso de apropiarse de la gestión de los consejeros de Cs mientras ella se dedicaba a la propaganda, de ser tratados como traidores porque sospechaban que estaban en otra operación de moción de censura, de que si reedita el Gobierno contará con dirigentes de Cs que tienen ya un pie dentro del PP, Arrimadas y su candidato, el prestigioso Edmundo Bal, están dispuestos a ponerse al servicio del Gobierno del PP –con la misma fórmula de contar con Vox– y facilitar un nuevo Gobierno de Ayuso.

A eso es a lo que Pedro Sánchez llama “síndrome de Estocolmo”, ser capaz de mostrarse comprensiva y benevolente con quien está dispuesta a fagocitar a sus dirigentes y a todo el partido. La excusa de servir de freno a las veleidades de Ayuso y a la corrupción de Madrid y a una coalición de izquierdas, apenas sirven a la vista de lo ocurrido en los dos últimos años.