Tinderización del amor

José Antonio Constenla

EL 15 de noviembre de 2011 se lanzaba oficialmente Tinder. La llama de su logo ya nos avanzaba la finalidad de la aplicación. Una red de citas que trivializa hasta el extremo las relaciones personales, empezando por ser “First Dates y acabando en la Isla de las Tentaciones”. Fue una evolución de Facebook, pasando de conectar personas virtualmente en una red, a que estas se desvirtualizasen, tomasen un café y... lo que surja. Y lo que surgió fue sexo fácil y sin compromiso.

Las relaciones amorosas se han transformado a la par del avance tecnológico, y personas de todas las edades buscan en la red desde encontrar el amor con un solo clic, a ciberinfidelidades sin riesgo ni culpa. Este amor en tiempos de Internet, es un amor a la carta y una frivolidad donde se decide si una persona encaja contigo porque en su foto de perfil enseña más abdominales o un prominente escote.

Las facilidades que ofrecen aplicaciones como Tinder a la hora de buscar pareja son a menudo un espejismo, marcadas por la individualidad, el consumismo y la fragilidad de los vínculos. La variedad, la novedad fugaz, lo inmediato y lo incierto constituyen su patrón. Después de un tiempo aparece también el tan temido sentimiento de frustración.

Es obvio que la tinderización del amor amplia nuestras fantasías, promete más posibilidades, más sexo, más emoción. Sin embargo, se olvida que detrás de sus perfiles hay personas con expectativas, temores e ilusiones y que cuando los valoras como un producto, es fácil que lo trates en términos de mercado. Es decir, como objetos.

La pregunta que surge es si es beneficio conocer a tanta gente y si poder elegir entre varios facilita la elección. El psicólogo Barry Schwartz, defiende que la elección no nos hace más libres, sino más paralizados, ni más felices sino más insatisfechos, y a esto lo llama “paradoja de la elección”.

Encontrar pareja o crear relaciones de amistad no puede ser como ir a comprar manzanas. En el mercado ves las que hay y te planteas cuál te llevas. Quieres las mejores, pero todas tienen muy buena pinta. En este supuesto, ¿Pedirías a los fruteros probar sus manzanas para elegir la que más te guste? o ¿te gustaría que la gente te considerase una manzana que tiene que probar, junto con otras, para saber cuál es la mejor? Difícilmente nadie podría sentirse único y humanizado cuando forma parte de un catálogo en el que los demás eligen.

En esta época narcisista y obscena, donde el amor es voraz, banalizamos las relaciones personales y nos olvidamos del valor de la lealtad y la sinceridad. Vivimos públicamente como nunca antes lo habíamos hecho y aireamos nuestros diarios personales sin pudor. No es de extrañar, por tanto, que las redes sociales tomen el control de nuestras emociones. ¡Qué pena!