Tras la máscara

Luis Caramés

DICEN que una obra pictórica tan emblemática como El Grito, del noruego Munch, se ha vuelto viral con esto de la pandemia. Ese cuadro, que se suele ligar al miedo existencial –el mismo que ahora recorre el mundo, a veces cual Guadiana, tapado por los artilugios de la tecnología al uso–, ha venido como anillo al dedo de la estupefacción de la gente ante la impotencia global, la humillación de múltiples soberbias.

Nos hemos habituado al uso de mascarillas, tras sufrir las titubeantes opiniones de zascandiles diversos, transversalmente, en el universo no asiático, ante la paciente comprensión del pueblo llano, impuestos mediante.

Los rostros, por herméticos que pretendan ser, acaban expresando nuestras emociones y se han catalogado más de 10.000 mímicas, combinación de las contracciones de los músculos de la cara, que se codifican en el facial action coding system (FACS).

Así que, ahora, la interacción social ha quedado huérfana de un instrumento que permite reconocer al otro, sus significaciones quedan desvaídas, incluso disimuladas. Resta la posibilidad de aproximarse a algunas presunciones por el tipo de máscara, variados en función de necesidad, gusto o afán de diferenciación.

Imperceptiblemente hemos ido acostumbrándonos a mirar a ojos, cejas y frente, complementados por el lenguaje corporal, amputado parcialmente. Cuanto más duren las limitaciones, más nos adaptaremos a este mundo enmascarado y silencioso, como nos hemos acostumbrado a los montes coronados por molinos. Y a no olvidar que la máscara y el silencio nos arroja, con más dependencia, a las imantadas redes sociales, volcanes de opiniones a bote pronto, socialización prêt-á-porter.

La máscara, luz de posición, gálibo de posible contagio, advertencia de que podemos ser un peligro para los demás. A su vez, muestra de respeto hacia el otro y hacia uno mismo, también recuerdo de que, en el límite, aparece la aceptación –o no– de la enfermedad y de la muerte.

Y un otrosí deudor de una percepción quizá tamizada por el cansancio de una situación empantanada: ¿no observan ustedes, que algunos –quizá bastantes– de nuestros gobernantes, le están cogiendo gusto a dar órdenes? No me refiero, Dios me libre, a las normas imprescindibles, simplemente al cómo.