Un partido nuevo

Fernando Lussón

EL presidente del PP, Pablo Casado, ha saltado a la palestra para defender la honorabilidad de la formación que dirige después de que una sentencia judicial en la que el PP fue condenado como partícipe a título lucrativo en el caso Gürtel que dio origen a la moción de censura contra Mariano Rajoy y forzó la renovación del liderazgo en el PP. Casado afirma que el PP que preside no tiene nada que ver con aquel en el que sucedieron los casos y prácticas de corrupción que se investigan y en los que el extesorero de la organización, Luis Bárcenas, está dispuesto a tirar de la manta.

Casado ha afirmado que ese PP involucrado en multitud de investigaciones por corrupción “ya no existe”, y que ahora puede presentar una hoja de servicio a los españoles limpia de corrupción y que se impone la ejemplaridad a la menor actuación susceptible de ser considerada contraria a la norma. Nada que objetar a esa declaración de principios y a esa mirada limpia proyectada hacia el futuro.

Ahora bien, un partido que ha desempeñado un papel esencial en la historia democrática de España no puede desprenderse del pasado con una concepción adanista que hace tabla rasa de todo lo que ha ocurrido con antelación a la llegada de los nuevos líderes.

Porque incluso en el caso del propio Pablo Casado, su llegada a la presidencia del PP tiene mucho que ver con las maniobras del sector de la vieja guardia que le facilitaron la llegada a Génova 13, mediante un pacto de perdedores.

Pese a la distancia que Casado quiere poner con Bárcenas, las declaraciones del extesorero son un torpedo a la línea de flotación del PP y todas las consideraciones que a continuación ha realizado en su defensa, tienen más que ver con la política de poner el ventilador y el sálvese quien pueda.

Lo mismo que el PSOE manchó los “Cien años de honradez”, con el caso Filesa y más recientemente con el caso ERE y otras corrupciones, Casado debe asumir la historia de su partido